Y, cómo no, comenzaré por la que probablemente sea la mayor leyenda jamás salida del mundo de la ópera, convertida por su vida y sus pasiones en icono de varias generaciones, especialmente de la cultura pop.
He de confesar que Maria Callas ha sido la verdadera razón por la que me aficioné a la ópera en mi adolescencia. Cautivado por la publicidad de un disco que recogía los mejores momentos de la cantante, llegué a la ópera absolutamente virgen y allí me he quedado hasta hoy, con Maria Callas todavía a la cabecera de mis
prima donnas favoritas. ¿Qué tendrá esta mujer, que todavía hoy continúa cautivando a nuevas audiencias?
Cierto es que la estrella de Maria se apagó demasiado pronto. Cierto, también todos los manierismos de que la acusaban en su momento: un timbre demasiado metálico, excesivo vibrato, una en ocasiones pésima elección de repertorio... pero cierto es también que con Maria Callas la ópera alcanzó un cenit que ningún otro cantante ha conseguido, a pesar de las repercusiones mediáticas que unos Tres Tenores o una Montserrat Caballé pop hayan podido tener.
Maria Callas, además, no era sólo una cantante. Era una gran actriz. Probablemente, si no hubiera sido por ello, su estrella no brillaría hoy como lo hace. Porque sencillamente las interpretaciones de Callas en los grandes coliseos líricos sacaron la ópera de sus escenarios de cartón y le infundieron una vida de la que no gozaba desde el siglo XIX. Su pirotecnia vocal, en el papel y el momento adecuado, eran absolutas, y en multitud de papeles sus interpretaciones resultan tan antológicas que han servido como referente para el resto de intérpretes desde entonces.
Maria Callas, a pesar de estar asociada a Grecia en nuestra memoria, nació en Nueva York, EEUU, y tuvo una infancia difícil, un padre ausente y una madre controladora en exceso, que veía en el precoz talento de su hija un futuro bastante más cómodo del que vivían. Aún así, el aspecto físico de Maria, gorda y con unas enormes gafas debido a su extrema miopía, hacían que su madre la comparara siempre despectivamente con su otra hija, mayor que Maria, y bastante más agraciada.
Estudió canto con varios maestros, en especial la española Elvira de Hidalgo, maestra del
bel canto en la primera mitad del siglo XX, y opinión decisiva en el futuro repertorio de la nueva promesa. Retornadas la madre y las dos hijas a Grecia, y en plena II Guerra Mundial, Maria Callas realiza su debut profesional en la ópera de Atenas en 1941, interpretando la opereta
Boccaccio, de Suppé, y allí consigue sus primeros éxitos, especialmente como Santuzza y Tosca.
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En cuanto las fuerzas aliadas reconquistan la ciudad, Maria vuelve a Estados Unidos a reencontrarse con su padre y en Nueva York consigue una audición con Edward Johnson, entonces director de la prestigiosa Metropolitan Opera, quien le propone cantar
Fidelio y
Madama Butterfly en la temporada siguiente, algo que sorpresivamente la soprano rechaza, considerando las opciones no demasiado interesantes para su debut en América. Debuta sin embargo cantando el pesado rol de Turandot en Chicago en 1947, iniciando con éste una larga lista de papeles que, según críticos especializados, formarán la base de su futuro y prematuro desgaste vocal (podríamos hablar, además de Turandot, de una Isolda o una Brunilda).
Como Butterfly:
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En 1947 viaja a Italia para cantar en la Arena de Verona una
Gioconda que resulta ser un gran éxito y que la pone en contacto con uno de sus directores de orquesta predilectos: el italiano Tullio Serafin, que la dirigirá en las que probablemente sean sus grabaciones más antológicas.
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También en esa época se casa con el empresario Giovanni Battista Meneghini, quien se convierte en su feroz represetante y con quien inicia un cambio físico espectacular, arengado por los deseos de Maria por parecerse a la actriz Audrey Hepburn, y supuestamente gracias a ingerir huevas de tenia, un parásito intestinal que causa desnutrición en el organismo, a pesar de que Maria nunca llegara a perder el apetito (famosas eran sus opíparas cenas a la salida de La Scala en Milán).
El matrimonio comienza una escalada en el mundillo operístico y mientras Maria deleita al público con su nueva belleza y su voz portentosa, su marido negocia contratos draconianos con ventajas financieras muy importantes para ambos.
Sería Tullio Serafin, desde La Fenice veneciana, quien le otorgara su siguiente gran papel: Elvira en
I puritani, de Bellini, inciando así la gran asociación entre la voz de Maria Callas y el
bel canto. El éxito fue espectacular y Maria pudo por fin debutar en el gran teatro italiano de la ópera: La Scala de Milán.
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Fue con Aida, uno de sus más emblemáticos papeles, y sustituyendo precisamente a la primera soprano de la casa, la italiana Renata Tebaldi, quien se convierte desde entonces en su gran enemiga y cuyos duelos protagonizan campañas de prensa y batallas campales entre los fans de la una y de la otra. En la segunda representación de la ópera, en 1950, La Scala se rinde definitivamente a los pies de la soprano y la bautizan como "La Divina", apelativo que la acompañará durante toda su carrera.
En México, alcanzado el mítico "Mi Bemol":
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Otro de sus más grandes papeles sería Violetta en
La Traviata, probablemente una de las óperas que más asociadas están a su recuerdo y que precisamente le valió un sustancioso contrato con la discográfica EMI, cuando el productor Walter Legge y su esposa, la legendario soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf, acudieron a ver una de sus representaciones. La propia Schwarzkopf rechazaría desde entonces interpretar esta ópera, alegando que Callas ya había alcanzado la perfección en el papel, y que lo demás serían meras copias baratas.
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Precisamente en esta ópera, y gracias a su nuevo estado físico (había bajado más de 36 kilos), es donde comienza otra asociación mítica: la de Maria Callas con el director de cine y teatro Luchino Visconti, quien la dirige en una serie de
Traviatas antológicas, así como en
Don Carlo,
Anna Bolena o
La sonnambula, otro de sus papeles característicos de la época. Supuestamente Maria Callas desarrolla por Visconti un amor platónico que acaba finalmente con su relación profesional, al no poder Maria obtener sus favores físicos (Visconti era gay), pero otros grandes nombres vendrán a ella para hacerla brillar en el escenario: Franco Zeffirelli, Pier Paolo Pasolini (quien la dirigirá en la película
Medea, en 1970).
La sonnambula en concierto:
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En 1955 Maria Callas "se convierte" literalmente en la
Norma belliniana por antonomasia. Lamentablemente y al igual que ocurre con la siguiente gran Norma de la historia, Montserrat Caballé, las grabaciones discográficas del papel no hacen justicia a sus representaciones en vivo, que literalmente hechan los muros de los teatros abajo con tanto aplauso.
En vivo:
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El aria "Casta Diva" en concierto:
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También 1955 constituye un hito en su carrera representando unas
Lucia di Lammermoor antológicas en Berlín, bajo la batuta de Herbert Von Karajan, un papel en el que las habilidades teatrales de Callas ejercen un fuerte magnetismo con el público aún hoy.
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Será poco después, en una fiesta dada por la "cotilla" oficial de Hollywood, la reportera Elsa Maxwell (reconocida lesbiana y quien al parecer pretendiera los favores sexuales de la diva), cuando Maria Callas, casada todavía, conozca al empresario griego Aristóteles Onassis. Mucho se ha vertido sobre esta relación en la que Callas llegó a estar embarazada y abortar varias veces, y que sólo terminó cuando Onassis conoció a Jackie Kennedy y entendió que unirse a ella sería mucho más rentable que con Callas. Lo que está claro es que tras la ruptura, luego de más de 10 años de relación, hizo caer a Maria en una fuerte depresión que aceleró si cabe todavía más su declive, vocal y físico.
Pero, mientras tanto, Maria deleita a las audiencias con nuevas
Traviata (Covent Garden, en Lisboa junto a Alfredo Kraus), Norma o Medea, nuevo papel antológico que la muestra imparable en escena. La diva deleita también a la prensa con escándalos sucesivos, cancelando representaciones de repente, como un
Macbeth en el Metropolitan que catapulta a la fama a la deliciosa soprano austriaca Leonie Rysanek.
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Es entonces cuando el declive vocal de la Callas resulta más evidente. La soprano está exhausta y la prensa internacional se hace partícipe de la carnicería, como en una
Norma cantada en la Ópera de París en 1965 junto a la mezzo Fiorenza Cossotto, quien al parecer aprovecha la debilidad de la soprano para establecer un hito personal como Adalgisa. Quedan sin embargo oportunidades de oro, como las
Toscas cantadas en el Covent Garden ese año junto a su amigo, el barítono italiano Tito Gobbi, que fueron televisadas y dieron oportunidad de conocer a día de hoy el gran talento de la diva en directo.
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Resulta sin embargo ser un éxito aislado y la soprano se retira de los escenarios hasta que en 1973 inicia una gira con su tenor fetiche, el italiano Giuseppe di Stefano, que acaba en Japón al año siguiente dejando bien claro que ninguno de los dos se encontraba en un buen momento vocal.
Son continuos reveses que en nada ayudan al declive físico de la soprano, quien acaba falleciendo en su casa de París en 1977, víctima de un paro cardíaco. La depresión sobrevenida de su ruptura con Onassis, los sucesivos abortos y la leyenda de la solitaria en el intestino (relacionada con muertes prematuras e infartos) salen a la palestra como agravantes de un estado de salud delicado desde hacía tiempo.
Con Maria Callas muere un icono revolucionario de la ópera, pero nace un mito que a día de hoy permanece intacto, o que crece imparable con el tiempo. Exumaciones consecutivas de sus viejos éxitos resultan todavía éxitos en venta, libros, películas, documentales y diversos objetos decorativos con su efigie permanecen en todas las estanterías y continúan siendo demandados por el público, convirtiendo a la figura en mito.
Un ejemplo sería la utilización del aria "La mamma morta" perteneciente a la ópera
Andrea Chénier como banda sonora de la película
Philadelphia:
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Como colofón, un par de momentos de Callas en papeles que nunca llegó a cantar en directo más que en concierto pero que resultan imprescindibles en disco:
Una princesa de Éboli llena de furor en
Don Carlo:
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Una Carmen histórica, y que rechazó representar en multitud de ocasiones:
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¡Espero que les haya gustado!