Mencionada ya en varias ocasiones anteriores, me parece de justo rigor dedicar el momento lírico del día a la soprano australiana Joan Sutherland quien, a pesar de no ser precisamente diva de mi devoción, es sin duda una de las más grandes sopranos del siglo XX.
Nacida en Sydney en 1926, Sutherland comienza sus estudios de canto con John & Aida Dickens en su Australia natal, donde debuta en un temprano 1947, cantando el papel principal en la ópera de Henry Purcell,
Dido & Aeneas, algo sin duda que presagia su posterior asociación a la ópera barroca y prácticamente desconocida.
En 1952, y tras haberse perfeccionado en canto estudiando en Londres con Clive Carey en la Royal College Of Music, debuta en el Covent Garden como la Primera Dama de
La flauta mágica, de Mozart, cuyo éxito le asegura subsiguientes contratos para cantar papeles tan dispares como Amelia en
Un ballo in maschera, la Gran Sacerdotisa de
Aida (recogida en disco con Callas como Aida) o incluso Clotilde en las famosas
Normas de Maria Callas.
Sutherland comienza a ganar poco a poco importancia como soprano y continúa interpertando papeles dispares como la Condesa Almaviva o Donna Anna (papel con el que debuta en EEUU) de Mozart, Micaëla en
Carmen (grabada con la gran Regina Resnik en el papel principal), Aida, Desdémona o Gilda de Verdi o Antonia en
Les contes d'Hoffmann, de Offenbach, ópera que grabará años después con Plácido Domingo e interpretando ella los cuatro papeles para soprano.
En
Don Giovanni:
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Como la muñeca Olympia en
Les contes d'Hoffmann:
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Sin embargo, en 1959, llega el gran momento de Joan Sutherland cuando se enfrenta por primera vez a
Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti, obra que interpreta en el Covent Garden dirigida por Tullio Serafin en lo musical y Franco Zeffirelli en lo escénico. La representación constituye todo un éxito y Sutherland se convierte en diva de la noche a la mañana, llegando a ser apodada "La Stupenda".
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Lucia di Lammermoor constituye sin duda su piedra de toque, el papel para el que parecía haber nacido, y su asociación continúa siendo indisoluble hoy día, habiéndolo representado en infinidad de ocasiones, más que ningún otro rol en su carrera, hasta que se despidiera de él en 1988 en el Liceu de Barcelona.
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A raíz de su repentino gran éxito, Joan Sutherland firma un contrato en exclusiva con la compañía discográfica Decca, asociación que resultará larga y prolífica, llegando a grabar prácticamente todos los roles de su repertorio y algunos que solo ha llegado a cantar en disco, convirtiéndose junto con la mítica Renata Tebaldi en la soprano más asociada a la casa.
Joan Sutherland continúa su escalada de éxitos en los años 60, y debuta espectacularmente en La Scala de Milán en 1961 con
Beatrice di Tenda, de Bellini, éxito que repite al año siguiente cantando su extraordinaria Marguerite de Valois en
Les Huguenots, de Meyerbeer, o
Semiramide, de Rossini.
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En 1962 retorna a su repertorio barroco con una inusual Reina de la Noche en
La flauta mágica, al tiempo que desempolva a Händel cantando su Cleopatra en
Giulio Cesare. Sutherland contribuye con éstas y otras representaciones a restablecer óperas que prácticamente habían caído en el olvido, especialmente debido al éxito popular del verismo, haciendo que gracias a su nuevo estatus estelar se puedan representar obras casi desconocidas de Händel (
Alcina,
Rodelinda), Rossini, Donizetti (
Don Pasquale) o Bellini, inestimable labor en la que la acompañan la soprano Montserrat Caballé o la mezzo Marilyn Horne (con la que conforma dúos memorables en
Norma o
Semiramide), y en la que la precediera la gran Maria Callas.
Die Zauberflöte:
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Alcina, en concierto:
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A pesar de haber colaborado con los más grandes directores de orquesta del mundo, desde Serafin o Barbirolli a Leppard o Prichard, pasando por Votto, Gui o Kleiber, en 1963 Joan Sutherland decide que sea su marido Richard Bonynge, un director de orquesta prácticamente desconocido, quien la dirija en prácticamente todas sus actuaciones, estableciendo así una de las más duraderas y controvertidas relaciones profesionales de la ópera del siglo XX, debido a las críticas sobre la aparente falta de talento del director, y al evidente favoritismo del que goza la diva desde entonces, a pesar de que Bonynge llegue a ser un reputado director belcantista.
Mientras, Sutherland aborda nuevos papeles dispares, interpretando con gran éxito a Lady Macbeth en Londres y debutando como Norma en Vancouver.
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Llega, con Norma, la segunda piedra de toque de la diva. Desde luego, Sutherland hace honor a su causa belcantista interpretando a Norma desde un punto de vista en que prevalece lo vocal sobre lo interpretativo (algo en lo que Sutherland nunca ha sido, además, sobresaliente), y su Norma resulta fría e inexpresiva, frente al dramatismo de una Maria Callas o una Leyla Gencer. Sin embargo, su reinado como Norma resulta indiscutible hasta el advenimiento de una Montserrat Caballé (precisamente su Adalgisa en la
Norma grabada en 1984), que vuelve a revitalizar al personaje con algo más de pasión.
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Continuando con su larga lista de éxitos, Sutherland aborda nuevos papeles en el repertorio francés como Marguerite en
Faust o
Lakmé, de Delibes, papel del que hace una redención más belcantista que lírica, pero en que deja una profunda impresión. Además, sorprende con una
Traviata llena de dulzura en el Colón de Buenos Aires y retoma su repertorio belcantista con
La fille du régiment,
Maria Stuarda,
Lucrezia Borgia o
Anna Bolena, de Donizetti. Sin embargo, su tercera piedra de toque belcantista será la Elvira de
I puritani, de Bellini, obra con la que consigue igualar los algo ya lejanos éxitos en el papel de Maria Callas.
Lakmé:
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Su Violetta:
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Elvira, en
I puritani:
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Ya entrados en los años 70, Joan Sutherland hace gala de su extraordinaria habilidad para interpretar papeles dispares sin perder un ápice de talento, como la Rosalinde de
Die Fledermaus o
Esclarmonde de Massenet, ambas en San Francisco o la Leonora de
Il trovatore y Hanna en
La viuda alegre, papel por el que siente un especial cariño.
Suor Angelica,
Adriana Lecouvreur o la Ofelia de
Hamlet, de Ambroise Thomas (su último nuevo papel en su repertorio) son otras muestras de sus ganas de probar nuevos desafíos.
La escena de la locura de Ofelia, en
Hamlet:
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Finalmente, Sutherland decide retirarse luego de una larguísima carrera sobre los escenarios ofreciendo una serie de interpretaciones de
Les Huguenots, en la ópera de Sydney, en 1990.
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Dejando de lado disparidades de gustos, una terrible dicción o posibles acercamientos más liristas que dramáticos a determinados papeles, es incuestionable la importancia que Joan Sutherland ha tenido en la ópera del siglo XX, especialmente en su segunda mitad. Gracias a su enorme labor de rescate, el repertorio belcantista continúa hoy día vigente y sopranos actuales como June Anderson, Ruth Ann Swenson, Renée Fleming o Anna Netrebko han podido dar muestras de sus posibilidades en ese repertorio.