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David y José Manuel Muñoz de Estopa

Imágenes || Las mejores fotos de famosos internacionales (españoles incluidos).
Fotos de MODELOS, actores porno o pornografía sólo en Model PiX

Moderador: halcon111

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gijon
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Es una lastima que no pueda poner ninguna de el sin camiseta, es que por lo que se ve nadie a conseguido pillarle.
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sedere
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A ver. Espero no molestar a nadie con este comentario. Esta sección se llama FAMOSOS DESNUDOS. No veais el chasco que me llevo cuando veo la sección de un famoso y clico rápidamente para ver sus fotos. Si no desnudo, al menos en poses sexys, ligeritos de ropa. Cuando abro la sección y veo que lo que hay son unas fotitos monas del tío pero completamente vestido. Me da un palo! Pero en fin cada uno es libre de hacer lo que quiera, libertad de expresión y respeto ante todo. Pero rogaría a todos losmiembros dl foro que utilizasen cada sección correctamente. Un abrazo a todos.
LOVER
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Tienes toda la razón.
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Baraja
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Hola,

tampoco es necesario que las fotos publicadas sean de desnudos o torsos desnudos.

La sección está utilizada correctamente aunque se publiquen fotos en los que los famosos no enseñen carne :arcoiris: :o k:
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RubenDepor
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Es IMPOSIBLE encontrar nada de estos tíos sin camisa, llevo años buscándolo...cuando llega cada verano tengo la esperanza de que los piyen en alguna playa xro na, a ver si la loka o alguna revista se anima a hacerles un reportaje "caliente".
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sedere
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RubenDepor escribió:Es IMPOSIBLE encontrar nada de estos tíos sin camisa, llevo años buscándolo...cuando llega cada verano tengo la esperanza de que los piyen en alguna playa xro na, a ver si la loka o alguna revista se anima a hacerles un reportaje "caliente".


Tienes toda la razón y es una pena. Lo que yo intento decir es que no se incluyan en la sección famosos desnudos espacios para cantantes o famosos en general de los que no exista ninguna foto sin camisa, al menos. En esta sección hay muchos espacios de muchos famosos que todos estamos deseando ver sin camisa o desnudos en el mejor de los casos. ( Estopa, David Civera, David de María, Manu Tenorio, Jaime Cantizano y un largo etcétera )
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tkmleoyjose
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aki tneis un relato k encontre en interned.Es muy interesante.y caxondo leedlo



Son las tres de la madrugada y no consigo dormir a pesar de que estoy muerto de sueño. En parte se debe al cansancio acumulado durante la gira y al hecho de cambiar de hotel y de cama casi a diario, pero el motivo principal es que estoy solo porque David, mi hermano mayor, se ha ido de marcha con un par de chicas que estaban esperándonos a la puerta de los camerinos al terminar el concierto.
No es la primera vez que ocurre lo mismo. Teóricamente es una zona a la que no puede acceder el público, pero siempre hay alguna zorrita que consigue colarse porque es amiga de la novia del guardia de seguridad, o algo por el estilo. En este caso eran dos niñas pijas de unos 17 años que se abalanzaron sobre nosotros pidiéndonos (“porfa, porfa, porfa&#8221 ;) que les escribiéramos una dedicatoria en uno de nuestros discos. Yo lo hice de mala gana porque lo último que quería en ese momento era aguantar a dos chochos, pero David estaba encantando y empezó a tontear con ellas. Nos invitaron a una fiesta privada en una discoteca, pero yo me disculpé diciendo que estaba hecho polvo. Una de ellas se acercó a mi hermano y le susurró algo al oído. Él miró a las dos, valorando la oferta, y después, guiñándome un ojo, me dijo: “Hermanito, tú te lo pierdes”. Y se fue con una chica en cada brazo.
Aunque creo que yo no estoy mal, sé que a las chicas les gusta más mi hermano. Es lógico: él es el cantante, el centro de atención, mientras que yo estoy en un segundo plano, acompañándole con la guitarra. Además él tiene un aspecto de “chico malo” (su barba de tres días, su voz ronca̷) que las vuelve locas. Por un lado agradezco que me dejen en paz, pero por otro me muero de celos: celos de él, que puede follar todas las noches con quien le apetezca mientras yo tengo que conformarme con hacerme una paja porque ningún “niñito” de 17 años viene a mi camerino a tontear y a pedirme que le firme un autógrafo; pero, sobre todo, tengo celos de ellas, esas hijas de puta que se llevan a mi hermano, que le apartan de mí y hacen con él cosas de las que yo sólo disfruto en mis sueños.
Así que aquí estoy, solo una noche más en este hotel, pensando en mi hermano, intentando recordar cuándo empezó mi obsesión por él.
Recuerdo los juegos. Solía jugar con él y su dos mejores amigos en lugar de con los chicos de mi edad (yo tenía nueve años y ellos once), así que siempre llevaba las de perder. Daba lo mismo que jugáramos a “indios y vaqueros”, a “guardias y ladrones” o a cualquier otra variante, porque a mí siempre me tocaba el mismo papel: el prisionero. A David le gustaba especialmente hacer de poli malo porque, al ser mi hermano mayor, podía hacerme o decirme cosas que sus dos amigos nunca me hacían por temor a que el juego se volviera demasiado realista y me echara a llorar. A falta de esposas, me ataban las manos a la espalda con una cuerda y me llevaban a la “cárcel”. Lo primero que hacían era cachearme y desnudarme (aunque me dejaban puestos los calzoncillos) para ver si llevaba escondida alguna pistola. Luego empezaba el interrogatorio. David se metía en el papel y añadía todos los insultos y amenazas que conocía, cosas del tipo “Si no me dices dónde has escondido el dinero, te voy a cortar los huevos, maricón” (y me agarraba del pito para que la amenaza fuera más convincente). Era un ritual que habíamos repetido mil veces, así que estábamos perfectamente compenetrados: yo sabía que tenía que empezar en plan chulo y acabar siendo sumiso y confesando mi delito. En el fondo era como si jugásemos nosotros dos solos, como si sus dos amigos no estuvieran allí. Sus insultos, su fuerza física al agarrarme del cuello, los apretones en las pelotas… no puedo decir que me excitaran sexualmente (yo tenía sólo nueve años), pero me gustaban. Y él también parecía disfrutar al sentirse “un hombre”.
Otra situación que tengo muy grabada en mi recuerdo ocurrió cuando yo tenía doce años y él catorce. Era una noche de verano. Dormíamos en una litera, él arriba y yo abajo. Me desperté en plena noche muerto de sed. No quería despertar a nadie, así que cogí una pequeña linterna que teníamos en la mesilla de noche y fui a la cocina a beber. Cuando volví a la cama, vi que David había apartado las sábanas y dormía boca arriba. Le iluminé con la linterna. Sólo llevaba puestos unos ajustados calzoncillos de algodón amarillo pálido (unos que fueron muy habituales hace años). Me acerqué al borde de la cama y estudié con detalle su estómago mientras subía y bajaba, y especialmente su ombligo, del que partía una fina hilera de pelillos que terminaban en el elástico del calzoncillo. Me atraía irresistiblemente su paquete, que parecía aún mayor a la escasa luz de la linterna. Quería acariciarlo, sentir su calor, descubrir lo que había dentro. Le exploré sin tocarle, ponderé su peso, el tacto de su piel. Deseaba catarle.

De pronto suspiró, balbuceó algo y se giró hacia mí. Me asusté y apagué la linterna, pero poco después volví a encenderla porque su respiración era muy lenta, revelando lo profundo de su sueño. Me acerqué a su cara. Le observé atentamente, mi rostro inclinado sobre el suyo. Tenía los labios entreabiertos y resecos, y me hubiera gustado lamerlos para humedecérselos. Acaricié el aire con la lengua y con los dientes, boqueando besos imaginarios como un pez fuera del agua. Estudié su pelo desordenado, su cuello, la nuez ya prominente, el huequecito de la clavícula, sus pezones oscuros y rugosos. Al girarse, también se había llevado una mano hacia el paquete. A la vez que se lo agarraba, tiraba hacia abajo del calzoncillo y dejaba ver una densa y oscura mata de vello púbico. No estaba empalmado, pero era deseable y suave. Acerqué mi nariz al paquete y a su mano y aspiré un olor muy excitante que entonces, con doce años, no supe identificar: el olor que te queda después de hacerte una paja. Deseé tener visión de rayos X para verle la polla, aunque el recato de su sueño en calzoncillos también me parecía fascinante.
En ese momento el ruido del camión de la basura justo debajo de nuestra ventana despertó a David, que, enfadado y tapándose los ojos, dijo:
- ¿Qué cojones estás haciendo?
- Es que… tenía sed y he ido a la cocina a beber agua.
- ¡Pues apaga la linterna de una puta vez y métete en la cama!
Y así terminó aquello. Él era bastante irritable en aquellos años (supongo que, como todos los adolescentes, odiaba a su hermano pequeño), así que me prometí a mí mismo que nunca más le espiaría de esa forma por miedo a que descubriera lo que de verdad estaba haciendo y se lo dijera a mamá o a papá.
Pero las promesas se hacen para después romperlas, y eso es lo que ocurrió el verano siguiente, cuando fuimos a pasar quince días a la casa de los abuelos en el pueblo.
Lo recuerdo nítidamente. Mientras yo jugaba en el jardín en la parte del fondo, un sonido inconfundible llamó mi atención. David estaba de pie, meando, distraído, sin percibir mi presencia. Me fijé en los grados de su bronceado veraniego, dibujados por calzoncillos y pantalones cortos, que señalaban franjas de un atractivo irresistible sobre sus piernas y conducían a la blancura de su entrepierna, interrumpida por la mancha oscura de su vello púbico. Cuando terminó, sacudió su polla durante más tiempo de lo normal. Me quedé observando la escena; un estremecimiento me invadió. Su polla me parecía enorme comparada con la mía (él tenía quince años y yo, con trece, era prácticamente un niño; sólo hacía tres meses que me había cambiado la voz), y me hizo sentir por primera vez una sensación que nunca me abandonó.
Los días siguientes me dediqué a esperarle. Pasé muchas horas encima de un árbol, en una espera tanto o más excitante que su resultado. Me producía un intenso placer la sola posibilidad que se repitiera la escena, y sospecho que él lo adivinaba. Le deseaba. Sabía que ese deseo me colocaba para siempre en un lugar diferente del resto del mundo, que era un pasaje directo al infierno de los pecadores, pero quedarme sin eso me parecía el propio infierno.

Desde entonces han pasado diez años y muchas cosas: el curro en la factoría de coches, las primeras maquetas, el primer disco… Sigo “enganchado” a mi hermano, pero intento superarlo para no volverme loco. La vida es una serie de gestos: una mirada, una caricia, una palabra…, y yo me he convertido en una especie de ladrón. Le robo a David pequeños momentos: un día le apreté contra mí en la moto; otro, dormimos juntos (sólo dormimos) en un hotelucho de mala muerte. Y con eso normalmente me conformo, pero de vez en cuando tengo un día, o una noche como hoy, en que todo parece volver a empezar y no consigo quitármelo de la cabeza. ¡Dios! Tengo que dormir algo o mañana estaré muerto.
De pronto oigo que la puerta se abre.
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tkmleoyjose
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Es mi hermano, que vuelve de su fiestecita. Puedo distinguirle con la tenue luz que entra por la ventana. Por su forma de andar me doy cuenta de que está un poco borracho. Busca el cuarto de baño tanteando la pared, lo encuentra y enciende la luz. Desde mi cama puedo ver todo lo que hace: se lava la cara para despejarse, se mira en el espejo unos segundos, se vuelve hacia la taza y levanta la tapa. ¡Oh, Señor, por favor, que no cierre la puerta! Lentamente se desabrocha el pantalón, lo baja ligeramente y se saca la polla. Las ganas de mear deben habérsela puesto dura, así que tiene que inclinarse hacia delante y empujarla hacia abajo para no hacerlo fuera. Cierra los ojos y suspira aliviado. La meada es larga, potente. Yo estoy paralizado por la excitación y apenas me atrevo a parpadear para no perderme un segundo del espectáculo. Por fin termina, pero se queda en la misma postura: de pie, con los ojos cerrados y agarrándose la polla. Pasados unos segundos, empieza a meneársela lentamente. Coge un poco de saliva con sus dedos, se humedece el glande y continúa. Yo también empiezo a hacerme una paja mientras le miro. De repente se para y me mira pensativo. Cierro rápidamente los ojos para hacerme el dormido, pero después me doy cuenta de que él no puede verme porque la cama está en la parte oscura de la habitación, no en la zona iluminada por la luz del cuarto de baño, así que los abro de nuevo unos segundos después. Entonces veo que se está abrochando los pantalones. ¡Se acabó el espectáculo! Apaga la luz del cuarto de baño y se dirige hacia mi cama.
- Jose, despierta, tengo que hablar contigo –y me zarandea ligeramente. Yo me hago el dormido, pero como él sigue insistiendo, no me queda más remedio que “despertarme”.
- ¿Qué pasa? ¿Quieres contarme lo bien que te lo has montado con esas dos tías? ¡Déjame en paz! Necesito dormir.
Él no acepta mi negativa, así que me quita la almohada y empieza a atizarme con ella, como tantas veces hicimos cuando éramos niños. - ¡Eh! ¿Qué haces? –le digo.
- ¡Pelea si eres hombre!
Yo aparto las sábanas y entro en el juego. Peleamos de broma, se pone encima de mí en la cama y consigue sujetarme ambas manos contra la almohada.
- Eres mi cautivo, mi prisionero –dice él, medio riéndose. ¡Si supiera hasta qué punto eso es cierto!
- Está bien, ¡qué cojones es eso tan importante que tienes que decirme! –le digo, simulando un enfado que esconde mi curiosidad.
- Pues verás. Esas zorritas con las que me fui, al final resultaron ser unas calientapollas. Después de ponerme cachondo con sus tonterías, se rajaron cuando llegó el momento de la verdad y se largaron a casa asustadas, así que mira cómo estoy.
Como me tiene sujeto por ambas manos, dirige una de ellas a su paquete para que lo compruebe por mí mismo. Yo intento apartar la mano como si hubiera tocado un cable eléctrico, pero él tiene más fuerza y me obliga a sobarle. Sonríe, acerca su boca a mi oído y, con su voz grave que me taladra el cerebro, dice:
- Necesito bajar a esta hija de puta o no podré pegar ojo en toda la noche. Necesito que me hagas una mamada.
Yo me quedo petrificado. No necesito fingir mi sorpresa porque es auténtica.
- ¿Por qué… piensas que quiero chupártela?
- Bueno, tú eres gay y yo soy sexy. ¿Qué más necesitamos?
- ¡Yo no soy gay!
- ¡Oh, vamos! ¿Es que crees que no me he dado cuenta de cómo miras a los tíos? ¿De cómo me miras a mí? Sí, sí, no pongas esa cara. Sé que te gusto, y lo entiendo, porque estoy bueno.

Supongo que es difícil ser humilde cuando tienes un pedazo de polla como el suyo. Debería ceder y chupársela de una vez, pero me resisto como si temiera una trampa en su tentadora oferta.
- ¡Pues no lo haré!
Él me sujeta de nuevo las manos contra la almohada y se burla de mí.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿Chivarte a mamita? “Mamá, David quiere que le chupe la polla”. ¿O tal vez al viejo? “Papá, papá, que David quiere follarme”. Seguro que él me bajaría los pantalones y me daría una buena azotaina en el culo con el cinturón. Eso te excitaría, ¿verdad, maricón?
Sé que el insulto es parte del juego, así que no lo tomo en serio. Él sigue frotándose contra mí y, como la serpiente ofreciendo la fruta prohibida, me susurra al oído:
- ¿A qué vienen tantos melindres? Tú también estás empalmado.
Para cerciorarse, me suelta una mano y me soba la polla por encima del pijama.
- ¡Vaya, vaya! Se nota que somos hermanos. Algún día tendremos que medírnosla para ver quién la tiene más grande.
- ¡Basta ya! Me rindo. Haré lo que quieras.
Con la mano que me ha dejado libre, intento acercarle a mí para besarle, pero se aparta.
- No, nada de besos en la boca. Los besos te los guardas para tu novio.
- No tengo novio –confieso avergonzado.
- ¿De verdad? ¡No te estarás reservando para mí!
- Pues… –No se lo puedo decir. Sería una locura–. Conozco a alguien, pero él no me quiere. Yo debería renunciar porque sé que con él no tengo posibilidades; sería lo más sensato, pero no soy sensato.
- ¡Pobrecito, nadie te quiere! Pero aquí está tu hermano mayor para consolarte y para que te olvides de ese cabrón que te hace sufrir. Y basta ya de hablar. Demasiada cháchara para un polvo.
Así que se pone de pie y tira de mí para que yo también me levante. Se nota que sus movimientos todavía están influidos por el alcohol. Empieza a desabrocharse el pantalón, pero le detengo. Quiero hacerlo todo yo.
Me acerco a él, paso la mano por los bolsillos traseros y por la costura de los tejanos y aprieto mi muslo contra su entrepierna para sentir su polla empalmada. Me gustaría sacársela ya, pero no me atrevo a ir tan deprisa. Él se deja hacer. Excitado, se restriega contra mí con tanta fuerza que, si sigue así, se correrá inmediatamente, vestido y todo. Levanto la parte inferior de su camiseta y la deslizo sobre el estómago duro y musculoso. Es una camiseta muy ceñida y me limito a enrollarla bajo las axilas. Me aprendo de nuevo su cuerpo porque mis recuerdos se han quedado anticuados. Tiene un cuerpo magnífico, duro. Se le nota, se nos nota a ambos, los años de trabajo duro en la factoría. Quisiera no empalmarme para poder seguir contemplando con calma este paisaje único. Lo recorro minuciosamente: le chupo el cuello, los hombros, las tetillas. Tiene unas tetillas bonitas, con los pezones pequeños, duros y protuberantes, sin nada de vello. Retuerzo suavemente sus pezones y luego, mirándole a los ojos con apasionamiento, le meto mano al paquete, le bajo la bragueta, le manoseo un poco. Se nota que no está acostumbrado. Unos dedos masculinos bajo la ropa constituyen para él una sensación nueva.

Desciendo al ombligo, se lo beso, le lamo los pelos de alrededor. Me encanta su ombligo, un botón duro. Llego a las caderas y a los muslos. Le desabrocho el pantalón y se lo bajo. Al ver cómo el sucinto calzoncillo azul retiene su polla, casi me siento enfermo de deseo; se la acaricio y beso a través del suave algodón. Mientras yo hago todo esto, él permanece quieto, con los brazos separados de los costados e impasible, como un niño en el consultorio del médico, o una persona a la que toman medidas para un traje. No hace gesto alguno hacia mí. Está serio, parece reacio a bajar la vista para mirar cómo su polla entra en la boca de otro hombre. Quiero que esté completamente relajado, que disfrute sin pensar que es su hermano el que se la está chupando. Así que pronuncio las cuatro palabras mágicas que funcionan con cualquier hombre:
- ¡Tío, la tienes enorme!
Él sonríe satisfecho, pero sigue con la mirada perdida en el vacío; sé que no es a mí a quien desea. En alguna parte, allá fuera, está la chica que él ama, pero ahora se contenta con esto. Siento que me estoy beneficiando de una pasión acumulada y destinada a otra persona, pero que ahora se desborda y me salpica.
Le descalzo, le quito los pantalones y termino de sacarle la camiseta, pero le dejo puesto el calzoncillo. Su polla tiesa muestra su contorno a través del algodón estirado. Yo me quito el pijama rápidamente mientras le miro las piernas, donde todavía tiene las señales del bronceado veraniego. Ahora estamos los dos en calzoncillos, restregando nuestras pollas duras a través de esa fina tela de algodón. Deslizo una mano por sus nalgas, pero él se sobresalta, así que la retiro inmediatamente. Le paso la mano por el pecho. El corazón le late con fuerza; noto toda la tensión en su postura rígida. Empieza a tirar de sus calzoncillos, impaciente por quitárselos. Mis labios descienden hacia el elástico, lo levanto con un dedo y lo bajo unos centímetros, descubriendo el vello púbico. Por encima asoma su polla oscura, el prepucio estrecho, bajo el cual aparece un glande más oscuro todavía. Por fin le desnudo del todo. Quedo fascinado al verle en cueros por su manera de llevar la polla y los huevos. ¡Cuántas veces he soñado con esta polla! Meto la lengua en todos los pliegues, chupo los huevos, lamo los muslos, le olfateo como un perro. Reconocería este olor entre un millón.
Y finalmente la polla. La miro, la toco, la manoseo, la engullo. La sopeso en mi lengua, noto su cabeza roma contra el velo del paladar, empujando hacia mi garganta. Él me acaricia el pelo mientras empiezo a mamársela. Le trato con suavidad, acariciándole, dándole cautelosos mordisquitos gatunos. Y él empieza a responder, al principio emitiendo leves murmullos de placer, pero después repitiendo frases que habrá aprendido de películas porno americanas mal dobladas:
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tkmleoyjose
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- Así –susurra–, chupa esa polla, sí, trágatela entera, siéntela en tu boca. Te gusta mi enorme polla, ¿verdad?
Es como estar chupándosela a Jeff Stryker… y eso me excita aún más. Me gustaría alargarlo eternamente, pero a la vez quiero que se corra ya, así que empiezo a hacerle una paja mientras tengo la boca abierta a un centímetro de su polla para recibir su descarga. De pronto él me sujeta la mano y exclama:
- ¡No, para, para!
- ¿Qué pasa? ¿Te estoy haciendo daño?
- No, no es eso.
Me agarra por las axilas, me hace levantar, me mira con lujuria y dice:
- No quiero correrme todavía. Quiero follarte.
Le miro sorprendido y le pregunto:
- ¿Has follado alguna vez a otro tío?
- No, pero he follado con una tía… por detrás.
- ¿Ah, sí?
- Ajá.
- ¿Y te gustó?
- Bueno… –Hizo una mueca–. Me lo pasé bien y todo eso, pero luego… da un poco de asco pensarlo. Ya sabes lo que quiero decir, ¿no?
- Pues hazlo y no lo pienses.

Entonces comienzan las sorpresas. Los dos estamos de pie, yo todavía con los calzoncillos puestos. Se coloca detrás de mí y me abraza. Al principio me da miedo. Pienso que una vez que empiece, le sofocarán, le asustarán mis necesidades sin límites, y se alejará de mí con una risita de desprecio. Después veo que no he tenido en cuenta su propia curiosidad: lo que él busca es diversión, una experiencia, un disparate. Y quizás le excita el poder que tiene sobre mí, porque ha descubierto que es mi puto amo.
Ahora soy yo el que se deja hacer. Se pega a mi espalda, noto su polla presionando en mi culo a través del calzoncillo, me soba el paquete, me mete su lengua en la oreja, me muerde el cuello y frota su fino bigote y su áspera perilla contra él. Si no me estuviera sujetando con su abrazo, me caería al suelo, derretido de puro placer.
Me quita el calzoncillo y empieza a curiosear en mi culo. Me lo he afeitado hace poco, así que es de una suavidad cremosa. Él se da cuenta y, sorprendido, me susurra al oído:
- ¡Mmmmm! Me gusta. Quiero meter mi polla en este culito ahora mismo.
Me agarra y me lleva a la cama. Hay unos minutos iniciales de refriega bastante apasionada mientras nos familiarizamos mutuamente con las querencias del otro. Al final me coloco boca arriba, con los pies oscilando por encima de su cabeza. Su polla parece gruesa y amenazante entre mis muslos, con su glande empujando bajo mis huevos. Estamos tan excitados que ninguno de los dos echa de menos un lubricante. Un dedo… dos dedos… y ya la tengo dentro. Siento la necesidad de mirarle a la cara y de leer lo que está haciendo en sus muecas de placer y en sus gritos sofocados, en la mezcla inmediata de agradecimiento y repulsión cuando me mete la polla hasta los huevos. Levanto una mano temblorosa para acariciarle el pecho y los pezones, duros como tachuelas. Estoy loco de amor.
Mientras se instaura la cadencia regular de la penetración, me parece percibir en su mirada un deseo de castigarme, de darme mi merecido; pero sólo es un momento, porque enseguida veo el placer estirarse dentro de él. Me está follando como un soldado que hace flexiones: diez, veinte, cincuenta… No hay más que el mete y saca de su polla en mi culo. Está sin fuerza, sin aliento. Tiene el pecho y la cara bañados en sudor: salpica como un pugilista, el pelo empapado le cae por la frente. Me mira sin verme. Veo en su cara que no es en mí en quien piensa.
Ya casi estamos acabando. Sin querer, sale de mí por un momento. Quiere metérmela otra vez, pero le arrebato la polla de la mano (“Déjame a mí&#8221 ;) y la junto con la mía, iniciando una paja frenética. La sensación al empuñar las dos pollas a la vez es increíble. “¡Me corro!”, le aviso. Él apenas puede hablar por la excitación y el cansancio, pero por su cara y su respiración entrecortada sé que también está a punto. Dos chorros simultáneos de esperma inundan mi cara y mi pecho, y un segundo después él se me echa encima completamente exhausto.
Le abrazo mientras le beso castamente en la mejilla. Noto su respiración agitada y caliente en mi oreja; el latido acelerado de su corazón contra el mío. Le acaricio la espalda mientras restregamos nuestros cuerpos húmedos de sudor y esperma y nos estremecemos con los últimos coletazos del orgasmo.
¿Alguna vez has salido a gatas de la cama, agotado después de echar un polvo tan intenso que te obligó a confesarte: “Si muriese ahora, moriría feliz”? Así me siento yo en este momento. Y creo que para él tampoco ha sido un simple polvo de fin de semana.

Pasan unos minutos en los que ninguno de los dos dice nada. Finalmente, él se gira, me desmonta y se tumba a mi lado, nuestras cabezas juntas en la almohada. Intento no ponerme pesadito, no abrumarle con mis arrumacos. Extiendo, como por descuido, un brazo sobre su vientre cálido. Me gustaría abrazarle, apoyar mi cabeza en su pecho, pero en lugar de eso le observo. Tiene los ojos cerrados, aunque no puede estar dormido ya porque el corazón le late muy fuerte. Abre los ojos, se vuelve hacia mí y sus manos se deslizan bajo mi cuerpo. Me abraza y yo me aferro a él más todavía. Susurrando, me pregunta:
- ¿Estás bien, hermanito? No me habré pasado de la raya, ¿verdad?
Yo me siento tan feliz que no puedo contestar. Una sonrisa y una palmada cómplice en su brazo sirven como respuesta. Le paso una mano por el cuerpo y entre las piernas. Está sudado y pringoso, igual que yo, así que acepta mi proposición de ducharnos juntos.
Yo abro el grifo de la bañera y pongo el tapón mientras él busca el gel de baño y una esponja. Nos metemos y cambio el mando del grifo para mojarnos con la ducha. Después lo cambio de nuevo para que la bañera siga llenándose. Él coge la esponja para enjabonarse, pero le digo: “No, sin esponja. Déjame a mí”. Sonríe y la tira al suelo. Echo una buena cantidad de gel en mis manos y le enjabono primero los hombros, la espalda y el culo. Después le giro y repito la operación en el pecho, el estómago, la polla y los huevos. Su cuerpo es tan apetecible que me gustaría comérselo a mordiscos. Se contonea con la polla y el culo enjabonados. Está empalmado otra vez, y yo también. Él propone una partida de nabo de hierro, polla contra polla: gana el que consiga doblar la polla del otro. Por supuesto, gana él.
Le miro con adoración. Pienso: No debo decirle “Te quiero”, aunque ésas son las únicas palabras que me vienen a la mente. Él sonríe.
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tkmleoyjose
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- David, quiero pedirte algo –le digo.
- Follarme no –dice él rápidamente. ¿Por qué todos los heteros dan por descontado que queremos darles por culo?
- No, eso no. Lo que me gustaría es… besarte.
- ¡Besarme! –Se echó a reír–. Claro, por supuesto. Como premio por habérmelo hecho pasar tan bien.
Con la mano izquierda le froto despacio la base del cuello. Su pelo parece cortado al cero, fino y erizado en la nuca. Le paso una y otra vez mis dedos incrédulos por la cara y por el cuello, le beso los párpados, la nariz… Me acerco más a él, a su cuerpo cálido y fuerte. Me enjabono frotándome contra él. Nuestras pollas chocan como dos arietes, se restriegan una con otra. Le recorro la mandíbula con mi lengua y se la introduzco en la oreja. Después me voy a su boca. Chupo sus labios. Le beso la boca, los ojos cerrados, le muerdo las orejas, se las chupo. Hace tanto tiempo que deseaba besarle, que me aferro a él y meto mi lengua hasta el fondo de su garganta; la retiro entonces y le muerdo los labios. Él no puede resistirse, está asombrado, no puede continuar impasible. Noto que las yemas de sus dedos se posan tímidamente en mi estómago y poco después me tocan la polla. La menea unas cuantas veces de forma inexperta, como si nunca le hubiera hecho una paja a otro tío.
- Mejor cada uno la suya –le digo.

Y mientras seguimos besándonos con los ojos cerrados, empezamos a hacernos una paja. Primero muy lentamente, deleitándonos en el suave y húmedo roce de pollas, cuerpos y lenguas; después, inevitablemente más rápido, confundiendo en nuestro pensamiento pollas y lenguas, como si el beso fuera en realidad una mamada. Al final nuestra respiración es tan agitada que tenemos que dejar de besarnos para que coger aire. Cuando noto que me voy a correr, abro los ojos y le pido en un susurro: “¡Mírame, mírame por favor!” Él lo hace y, mientras nos corremos, yo no puedo evitar un “Te quiero” casi inaudible que se mezcla con su gemido de placer.
Agotados, nos sentamos en la bañera, que ya está llena. Al principio el agua parece demasiado caliente, pero pronto nos acostumbramos. La ligera sensación de ingravidez en brazos y piernas que produce tenerlos bajo el agua es fantástica, muy relajante. Yo estoy detrás de él, abrazándole. Él está echado hacia atrás, apoyando su cabeza en mi hombro, con los ojos cerrados. Es todo mío. Al cabo de unos minutos de silencio, mientras le acaricio los pezones, le digo:
- Besas bien.
- Eso me dicen.
- ¿Quiénes? ¿Las chicas?
- Sí.
- ¿Cómo beso yo comparado con ellas?
- No lo haces mal.
- ¿Y qué tal la chupo?
- Distinto. Mejor. Con más… entusiasmo.
Después de un nuevo silencio, le pregunto:
- ¿Quién fue la primera persona con la que te acostaste?
Pausa.
- No lo sé… ¿Podrías precisar qué entiendes por “acostarse con alguien”? ¿Quieres saber a quién se la metí primero? ¿Cuántos centímetros tuve que metérsela para que entre en la categoría de “acostarse con alguien”?
- ¡Dios, qué complicado eres! La primera persona a quien se la metiste toda…, la chica. ¿Fue una chica?
Él se enfada.
- ¿Tienes la energía suficiente para preguntarme una cosa así a las cinco de la mañana? Primero me someterás a un interrogatorio agotador, después tendrás pesadillas y por la mañana estarás de mal humor; y luego soñarás despierto con toda clase de fantasías sexuales. ¿Es eso lo que quieres? ¿Y sentir celos de lo que he hecho y de con quién lo he hecho?
- Sólo era una pregunta… Tenía curiosidad, nada más –respondo, avergonzado por su reprimenda.

Dicen que conseguir lo que siempre has deseado es el principio del fin, y empiezo a pensar que es cierto. Intento adivinar si volveremos a hacerlo o si lo haremos sólo una vez más o si lo haremos mil veces; si esto también ha significado algo para él o sólo ha sido un pasatiempo. Así que no puedo evitar hacerle una última pregunta:
- Lo que hemos hecho esta noche, ¿volveremos a hacerlo? Necesito saber si puedo esperar.
- ¡Joder, tío! Lo hemos hecho y ya está. No te pongas sentimental. Es sólo sexo.
Enfadado, destapa la bañera tirando de la cadenita con un pie. El nivel del agua baja rápidamente, haciendo que lo que antes era calor e ingravidez se convierta en frío y pesadez. Me siento fatal. Él intenta levantarse, pero se lo impido abrazándole con fuerza.
- ¡No te vayas! ¡Perdóname, David, por favor! –le suplico.
- ¡Suelta, coño! ¡Que sueltes, te digo!
Él se escapa de mí sin que pueda evitarlo. Cierro los ojos con desesperación.
- ¡Jose, Jose! –me llama y me zarandea.
Abro los ojos.
Le miro desconcertado. Está de pie, vestido, inclinado sobre mí. Sostiene la almohada que acaba de quitarme, la que yo tenía abrazada. Tengo frío porque ha abierto la ventana y yo estoy en calzoncillos, desarropado encima de la cama. Me habla de nuevo, y en su aliento y su voz noto que está un poco borracho.
- Jose, despierta, tengo que hablar contigo.
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