El concepto de Dios es tan diferente en cada uno de nosotros como lo es la percepción. Existe el color sepia, pero unos lo ven rosado y otros dicen que es de la gama del naranja y ¿quién tiene razón? Con el cocepto de Dios pasa lo mismo. Todo depende de de esa percepción y de las viviencias que uno va teniendo a lo largo de su vida y creedme que os digo que el concepto de Dios también va madurando y cambiando según tus experiencias vividas. Dios no organiza el juego, pero sí dio el tablero y nos dio unas normas muy claras para jugar y fueron tan importantes que Jesús murió por defenderlas. Hay hombres que aceptan las reglas del juego, pero hay otros que las rompen constantemente y ¿Dios tiene que interceder? Está en nuestras manos cambiar el rumbo del juego, pero el que está arriba no quiere bajar, el que se arrastra por los suelos quiere subir y los que están en le medio no se preocupan ni por los unos ni por los otros. Así es difícil organizar una partida. Los hombres debemos ser los propios árbitros de cada jugada y no dar ese protagonismo al que se quitó del medio porque quería que fuesemos libres para decidir entre lo que está bien y lo que está mal.
Yo, por lo menos, no creo en ese Dios. No es el Dios que he descubierto. No es un Dios que quiere que viva en un valle de lágrimas; no creo en un Dios castigador, que me observa y me juzga; no creo en un Dios que no se preocupe por nosotros, seguro que se angustiará y preguntará porqué no respetamos las reglas del juego. No tengo ese concepto de Dios, por lo menos por ahora, porque mis experiencias así me los dicen. Entiendo a quienes no lo vean así.
"El pescador solitario era un auténtico hombre de Dios. Había escogido su camino por vocación. Su vida de soledad y de silencio era deseada.
Buscaba con sinceridad a Dios. El mar, la arena, la barca, el cielo, la pesca.... todo le hablaba de Dios y le servía para comunicarse con El.
Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo claro y evidente de su presencia y de su compañía constante:
"Señor, hazme ver que tu siempre estas conmigo". Y mientras hacía esta oración tenía una gran paz en su alma. Caminaba con paso sereno a la orilla del mar. Cuando llegó a las rocas que cerraban la playa, y reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles.
"Mira, -le dijo el Señor-, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tu no me has visto, pero yo caminaba a tu lado."
La alegría que tuvo fue inmensa. Desbordaba de gozo. El Señor le había dado la prueba esperada y deseada. La respuesta de Dios a su plegaria sobrepasaba lo que hubiera podido soñar. A partir de este "signo" sorprendente de Dios, la oración del pescador solitario adquirió aires nuevos. La gratitud no tenía límites en su alma. El gozo de la alabanza era el pan de cada día. Empezó a pedir y a interceder por todos los hombres con una confianza nueva.
Pero no siempre fue así. Días de tormenta y de frío nublaron el horizonte. El cansancio de los duros días de trabajo se hizo notar. Los días de labor infructuosa llenaron su corazón de desánimo. Eran los tiempos de la prueba. Caminaba taciturno por la playa. Al llegar a las rocas volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había la huella de los pies descalzos. Aquel día su oración fue de protesta:
"Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre y sereno, y me lo hiciste ver. Ahora que estoy con el alma por tierra, ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida... me has dejado solo. ¿Por qué Señor? ¿Dónde estás ahora?"
La voz del Señor no se hizo esperar:
"Mira amigo... cuando estabas bien, cuando la calma y la serenidad inundaban tu alma, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena... ahora que estas mal, cansado y abatido, ya no camino a tu lado porque he preferido llevarte en mis brazos. Las pisadas que ves en la arena no son las tuyas, son las mías, son profundas y claras.... marcadas por el peso de tu propio cansancio..."
Yo, por lo menos, no creo en ese Dios. No es el Dios que he descubierto. No es un Dios que quiere que viva en un valle de lágrimas; no creo en un Dios castigador, que me observa y me juzga; no creo en un Dios que no se preocupe por nosotros, seguro que se angustiará y preguntará porqué no respetamos las reglas del juego. No tengo ese concepto de Dios, por lo menos por ahora, porque mis experiencias así me los dicen. Entiendo a quienes no lo vean así.
"El pescador solitario era un auténtico hombre de Dios. Había escogido su camino por vocación. Su vida de soledad y de silencio era deseada.
Buscaba con sinceridad a Dios. El mar, la arena, la barca, el cielo, la pesca.... todo le hablaba de Dios y le servía para comunicarse con El.
Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo claro y evidente de su presencia y de su compañía constante:
"Señor, hazme ver que tu siempre estas conmigo". Y mientras hacía esta oración tenía una gran paz en su alma. Caminaba con paso sereno a la orilla del mar. Cuando llegó a las rocas que cerraban la playa, y reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras cercanas y visibles.
"Mira, -le dijo el Señor-, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tu no me has visto, pero yo caminaba a tu lado."
La alegría que tuvo fue inmensa. Desbordaba de gozo. El Señor le había dado la prueba esperada y deseada. La respuesta de Dios a su plegaria sobrepasaba lo que hubiera podido soñar. A partir de este "signo" sorprendente de Dios, la oración del pescador solitario adquirió aires nuevos. La gratitud no tenía límites en su alma. El gozo de la alabanza era el pan de cada día. Empezó a pedir y a interceder por todos los hombres con una confianza nueva.
Pero no siempre fue así. Días de tormenta y de frío nublaron el horizonte. El cansancio de los duros días de trabajo se hizo notar. Los días de labor infructuosa llenaron su corazón de desánimo. Eran los tiempos de la prueba. Caminaba taciturno por la playa. Al llegar a las rocas volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había la huella de los pies descalzos. Aquel día su oración fue de protesta:
"Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre y sereno, y me lo hiciste ver. Ahora que estoy con el alma por tierra, ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida... me has dejado solo. ¿Por qué Señor? ¿Dónde estás ahora?"
La voz del Señor no se hizo esperar:
"Mira amigo... cuando estabas bien, cuando la calma y la serenidad inundaban tu alma, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena... ahora que estas mal, cansado y abatido, ya no camino a tu lado porque he preferido llevarte en mis brazos. Las pisadas que ves en la arena no son las tuyas, son las mías, son profundas y claras.... marcadas por el peso de tu propio cansancio..."