Hace unos días estaba en la peluquería poniéndome pelirroja cuando escuché a mi lado una conversación, nada extraña ni especial en un pueblo sevillano en mayo:
“-Mi niña vendrá el sábado, después de confesarse.”
Como ya he dicho, esta declaración de intenciones no tiene nada de especial. Es común y lo ha sido durante muchísimo tiempo. Se trataba de una niña que hacía su primera comunión y que iría a peinarse a la peluquería después de confesar sus pecados (¡madre mía!) al cura de la parroquia. Pero ese día, no sé si por efecto del olor del tinte o probablemente porque acababa de dejar a mis hijos en el cole y aún conservaba el calor de sus besos en la mejilla, saltaron dentro de mí todas las alarmas. Consciente de que aquella señora (y sí, esto es un prejuicio) no iba a entender mis razonamientos, pues parecía absolutamente convencida de su educación judeo-cristiana, me puse a tuitear cómo si no hubiese mañana.
¿¿¿Qué pecados puede tener un niño de 9 años???
Nunca antes, posiblemente porque no tenía hijos, me había parado a pensar en lo inquietante y peligroso que es el acto de confesión de los “pecados” de un menor indefenso con un adulto que no tiene ninguna formación específica para tratar con nuestros hijos, pero que sí desde el miedo al castigo divino, goza de una posición de poder sobre el niño. Un adulto que su ideología ha castrado y que, como es natural porque el sexo es una necesidad vital, almacena una ingente cantidad de necesidades sexuales reprimidas.
Si a esto añadimos la cantidad de casos denunciados de violación de menores por parte de algunos miembros de esta secta, de verdad,
¿¿no os da pánico a los padres, familias, tutores dejar a vuestro niño de 9 años a solas con él y con la coartada del secreto de confesión??
Y nuestras leyes, ¿no dicen nada al respecto? ¿Protegemos a los niños de las redes sociales porque pueden entrar en contacto con gente a distancia y los dejamos estar a solas, contando sus intimidades a adultos que tienen poder sobre ellos? ¿No debería ser ilegal? ¿No debería hacerse delante de un tutor legal mayor de edad?
¿Os imagináis a vuestro niño de 9 años confesando que se ha tocado, que es lo más normal y deseable en la fase de descubrimiento sexual, a un adulto a solas, que le va a reprimir o asustar por ello? ¿Qué pasa si ese adulto le amenaza con un castigo divino por contar algo que ocurrió durante la confesión a sus padres?
Son vuestros hijos, son niños, son inocentes, son maravillosos, están llenos de vida por moldear, no pueden, no saben “pecar”, ¿cómo podéis hacerles pasar por eso? Y sobre todo, ¿para qué?
Sinceramente pienso que las familias deberían oponerse a esa exhibición de la intimidad de sus niños y que las leyes de nuestro país deberían
PROHIBIR LA CONFESIÓN DE MENORES DE EDAD, COMO PARTE DE LA PROTECCIÓN DE LA INTIMIDAD Y LA INTEGRIDAD FÍSICA Y MENTAL DE LOS MISMOS, así como la pertenencia a grupos ideológicos antes de su mayoría de edad.
Yo también hice la comunión, mi madre y mi padre no tenían tiempo de pensar tanto como yo, pues se deslomaban para darme una educación y unos estudios que ahora me permiten a mí pensar tanto. Yo sí hice la comunión, con un vestido heredado feísimo, por cierto. Y la confirmación. Y canté en el coro de mi parroquia hasta muy entrada mi adolescencia. No recuerdo ningún tocamiento indecoroso por parte del cura, ni de ninguno de los catequistas o compañeros del coro, pero hay algo que no olvido. Cuando me “preparaban” para la confirmación de mi fe en Cristo (con 11 ó 12 años, porque esta gente tiene la santa costumbre de hacerlo todo antes de la mayoría de edad) empezaba a dudar ya un poco de todo este chiringuito y le espeté al catequista, misógino donde los hubiera (entonces no conocía esa palabra, que conste) que eso del infierno era un rollo, con el diablo, el fuego y tal. Entonces, con los ojos inyectados en ira, fijos y amenazantes sobre mí (una niña, gordita y gafotas) y con una cara de absoluto desprecio me explicó que eso no era el infierno, que el infierno consistía en que “pasabas” a otra dimensión, donde nadie te veía, pero desde donde tú podías ver cómo tus seres queridos se iban olvidando de ti, te sustituían, hablaban mal de tu recuerdo, se burlaban de tus sentimientos, contaban tus secretos...
No recuerdo cuál fue mi reacción en ese momento, podría novelarla pero mentiría. Lo que sí recuerdo son escenas en la cama de mis padres, a media noche, acostada en una esquina, junto a mi madre que me acariciaba el pelo y me decía:
“-No seas tonta, yo te voy a querer siempre y tus hermanos también. No vayas más a esa catequesis, bonita.”
Pero yo me quedada dormida pensando que no podía dejar de ir, por si acaso. Aún no entiendo la maldad que puede inducir a un hombre joven a asustar así a un niña, simplemente por controlar sus impulsos críticos con la fuerza del miedo.
Afortunadamente, en 3º de BUP, lo que ahora sería 1º de Bachiller, mi profesor de filosofía, Antonio Hurtado (otro amigo al que no he vuelto a ver), me llevó de la mano en mis primeros pasos por el mundo del pensamiento crítico que desembocó en mi condición actual de atea y escéptica. Fue él también quien, un año más tarde, me ayudó a decidir en qué titulación universitaria matricularme. Yo dudaba entonces entre dos: filosofía y matemáticas.
“-Matemáticas, Clari, no lo dudes. Puedes seguir pensando y haciendo filosofía siempre, pero estaría bien que encontrases trabajo.”
Blog seispalabras: Sobre la protección de los menores y los ritos católicos