
Asociada a Hefesto o en solitario, Atenea ocupa, como él, un lugar fundamental entre las divinidades relacionadas con la técnica. A través de la multiplicidad de sus aspectos –diosa guerrera, armada con la lanza y la égida, protectora de los carpinteros, señora de los yunques y piloto de los navíos, patrona de los tejedores y los alfareros, e inventora del arado-, Atenea hace gala, sea cual sea el ámbito en el que intervenga, de las cualidades de habilidad manual e inteligencia práctica, esa inteligencia que ella heredó directamente de su madre Metis, la esposa que Zeus se tragó queriendo asimilar su substancia (1).
La Atenea guerrera, que surgió completamente armada de la cabeza de su padre, la diosa que permanece virgen (al renunciar a su feminidad y a su realización en el matrimonio, la virgen se incorpora al bando de los hombres y, a través de esa inversión, encarna con la máxima intensidad los valores guerreros), es precisamente la que lleva el sobrenombre de Metis: es la Chalkioikos de Esparta, “la que habita un santuario de bronce”, deslumbrante como la armadura con la que va revestida. Tanto en la lucha contra los Gigantes como en los combates de la Ilíada, Atenea practica o inspira las artimañas del combate, las embocadas y otras maniobras tácticas que constituyen la técnica de la guerra. Pero su acción recurre a unos mecanismos que son más misteriosos. Al igual que el arte de Hefesto, la technnê guerrera de la Atenea de bronce está fuertemente impregnada de magia. Recubierta de la égida –amplio manto tejido de fino metal, con largas franjas en las que están representadas las máscaras de la Derrota, la Querella y la escalofriante cabeza de la Gorgona-, la diosa paraliza a sus adversarios o hace invencibles a los héroes que protege. En el fragor de la batalla, Atenea hace escuchar su voz, resonante como la trompeta y su mirada llameante siembra la confusión incluso entre los más audaces. Concebida por su madre Metis al mismo tiempo que su armadura, como un producto metalúrgico, Atenea vino al mundo lanzando un inmenso grito de guerra; la diosa posee y despliega en el combate todos los valores mágicos, visuales y sonoros del bronce, el metal guerrero trabajado y animado por el fuego demiúrgico.
La Atenea que protege e instruye a los artesanos aparece bajo los rasgos de una divinidad más serena y familiar. Sus medios de actuación parecen más accesibles, a excepción de ciertas ocasiones, cuando se trata de una técnica resultante del fuego. Pero éste es sólo el caso de la cerámica, puesto que el dominio de la metalurgia pertenece por completo a Hefesto. En el momento de la cocción, el alfarero dirige una plegaria a Atenea y le pide que “extienda su mano sobre el horno”. La diosa le indicará el momento oportuno, cuando los recipientes estarán cocidos y a punto, o el barniz bien brillante. También interviene alejando del horno a un grupo de genios cuyos nombres son suficientemente explícitos: Rompedor, Agrietador, Inextinguible, Reventador,... Una tablilla corintia la representa con el aspecto de una gran lechuza colgada sobre el horno de un alfarero, enfrentándose a un enano fálico que es portador del mal de ojo. La protectora de los alfareros es una divinidad que es señora del fuego, de sus poderes inquietantes, de sus beneficios y sus maleficios.
Pero Atenea preside, sobre todo, los trabajos de la madera. Los leñadores, los carpinteros y los constructores de carros y navíos se benefician de su atenta protección. Atenea estima especialmente al carpintero Tektôn, hijo de Harmôn el Ajustador, quien sabía hacer obras maestras de todo tipo y construyó para Paris la nave que llevó a Helena hasta Troya. Atenea asiste con sus consejos y ayuda a Danao, el invnetor del primer navío. Según una tradición, es ella y no Deméter la que inventó el arado. Y los Trabajos de Hesíodo atribuyen únicamente a los “servidores de Atenea” la capacidad de ajustar los maderos curvos en el talón y acoplarlos al timón” para fabricar útiles de labranza. En la construcción de estas distintas obras, Atenea interviene en todas las fases del trabajo de la madera, incluso en el derribo, buen “es la mêtis y no la fuerza lo que hace al buen leñador”. Cuando Atenea dirige la construcción de la nave de los Argonautas, ella misma va al Pelión para seleccionar los árboles que el hacha debe cortar. Atenea enseña al carpintero Argos el arte de medir con regla los travesaños de madera. A continuación vigila especialmente el ensamblamiento y ajuste de las diferentes piezas con ayuda de clavijas. En otro contexto, encontramos a la propia diosa limando y puliendo la madera de la lanza de Peleo. Y su protegido Ulises, el polymêtis, procede como un maestro de todas estas operaciones cuando necesitar construir un barco para dejar la isla de Calipso.
Sin embargo, la competencia de Atenea en relación con el carro y el navío no se reduce a su mera fabricación. El arte de conducir las yuntas y pilotar las naves también le pertenece. Y, tanto en un caso como en el otro, sus funciones son claramente distintas de las de Posidón, señor del caballo y del mar.
Una tradición corintia atribuye a Atenea Chalinitis la invención del bocado. Según Pausanias y Píndaro, la diosa procura a Belerofonte el instrumento necesario para domar a Pegaso. Pero el episodio se sitúa en un contexto diferente, e implica es inteligencia técnica, conjuntada con magia, que hemos visto en acción en el campo de batalla o alrededor del horno del alfarero. En primer lugar, porque el bocado es un objeto metálico, producido por la mêtis del herrero y dotado de los valores misteriosos del metal surgido del fuego. Y, en segundo lugar, porque actúa como una fuerza demoníaca y salvaje, que hay que dominar con vistas a la guerra.
Por el contrario, cuando se trata de la conducción del carro, las cualidades y saberes que despliega el cochero inspirado por Atenea Hippia provienen de una technê más humana, de una mêtis mucho más próxima a la del carpintero. La diosa enseña al conductor a planear su recorrido, a prever los obstáculos, a utilizar los incidentes de la carrera y a provocar eventualmente, por medio de una maniobra dudosa, la desventaja del adversario; en definitiva, le enseña a conducir a la victoria una yunta menos rápida y vigorosa utilizando la astucia.
Pero la mayor preocupación del auriga es la de conducir rectamente el carro, sin desviarse de su ruta, exactamente “como un carpintero que corta con cordel las vigas y las planchas”. La comparación entre estos dos ámbitos es frecuente, especialmente en la Ilíada. La construcción y la conducción del carro exigen las mismas aptitudes. Y lo mismo ocurre con la navegación. Previsión, vigilancia y conducir rectamente son las reglas fundamentales de la conducción en el mar, y Atenea guía al piloto de la misma manera que inspira al cochero. Ella es quien prepara y dirige –bajo la apariencia de Mentor- el viaje de Telémaco. Después de haber presidido la fabricación de la nave Argo, la propia diosa elige a Tifis como timonel. Tifis, después de pasar por las Rocas Errantes, le da las gracias, no tanto por haber propulsado la nave lejos del peligroso paso, antes de que fuera aplastada por las rocas, como por haber ajustado sólidamente las piezas del barco.
La Atenea constructora y la Atenea conductora operan según unas mismas modalidades de acción tanto en la tierra como en el mar. La misma inteligencia técnica es la que primer fabrica y después utiliza estas obras de madera ensamblada que son los carros y los navíos. Ulises hace gala de una destreza semejante cuando fabrica su barco, talando y puliendo los árboles, cortando las vigas con ayuda del cordel, ajustando la tablazón, enderezando el mástil y fijando la vela; y, una vez instalado en el timón, Ulises lo gobierna pilotándolo rectamente, vigilante, con los ojos fijos en la constelaciones.
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(1) En la narración llevada a cabo por Hesíodo y por otros acerca de las aventuras de la soberanía olímpica, la ingestión de Metis en el momento en que ésta iba a dar a luz a Atenea transforma a Zeus en una parturienta y lo obliga a tener que recurrir a las Ilitias –las mujeres expertas en alumbramientos- y a hacerse asistir, además, por Hefesto, cuya doble hacha lo liberará de la divinidad “resplandeciente con sus armas”, esa obra maestra del herrero modelada por Metis. Una virgen de bronce deslumbrante que Zeus da a luz, él solo, de su frente: la hija “sin madre” que preserva a su padre de la enorme angustia que le provoca el tener que ver nacer un hijo “más poderoso que el rayo” e impaciente por destronarlo