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Mitología griega

Religión, mitología y espagueti con albóndigas
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ATENEA -Inicio-

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Asociada a Hefesto o en solitario, Atenea ocupa, como él, un lugar fundamental entre las divinidades relacionadas con la técnica. A través de la multiplicidad de sus aspectos –diosa guerrera, armada con la lanza y la égida, protectora de los carpinteros, señora de los yunques y piloto de los navíos, patrona de los tejedores y los alfareros, e inventora del arado-, Atenea hace gala, sea cual sea el ámbito en el que intervenga, de las cualidades de habilidad manual e inteligencia práctica, esa inteligencia que ella heredó directamente de su madre Metis, la esposa que Zeus se tragó queriendo asimilar su substancia (1).

La Atenea guerrera, que surgió completamente armada de la cabeza de su padre, la diosa que permanece virgen (al renunciar a su feminidad y a su realización en el matrimonio, la virgen se incorpora al bando de los hombres y, a través de esa inversión, encarna con la máxima intensidad los valores guerreros), es precisamente la que lleva el sobrenombre de Metis: es la Chalkioikos de Esparta, “la que habita un santuario de bronce”, deslumbrante como la armadura con la que va revestida. Tanto en la lucha contra los Gigantes como en los combates de la Ilíada, Atenea practica o inspira las artimañas del combate, las embocadas y otras maniobras tácticas que constituyen la técnica de la guerra. Pero su acción recurre a unos mecanismos que son más misteriosos. Al igual que el arte de Hefesto, la technnê guerrera de la Atenea de bronce está fuertemente impregnada de magia. Recubierta de la égida –amplio manto tejido de fino metal, con largas franjas en las que están representadas las máscaras de la Derrota, la Querella y la escalofriante cabeza de la Gorgona-, la diosa paraliza a sus adversarios o hace invencibles a los héroes que protege. En el fragor de la batalla, Atenea hace escuchar su voz, resonante como la trompeta y su mirada llameante siembra la confusión incluso entre los más audaces. Concebida por su madre Metis al mismo tiempo que su armadura, como un producto metalúrgico, Atenea vino al mundo lanzando un inmenso grito de guerra; la diosa posee y despliega en el combate todos los valores mágicos, visuales y sonoros del bronce, el metal guerrero trabajado y animado por el fuego demiúrgico.

La Atenea que protege e instruye a los artesanos aparece bajo los rasgos de una divinidad más serena y familiar. Sus medios de actuación parecen más accesibles, a excepción de ciertas ocasiones, cuando se trata de una técnica resultante del fuego. Pero éste es sólo el caso de la cerámica, puesto que el dominio de la metalurgia pertenece por completo a Hefesto. En el momento de la cocción, el alfarero dirige una plegaria a Atenea y le pide que “extienda su mano sobre el horno”. La diosa le indicará el momento oportuno, cuando los recipientes estarán cocidos y a punto, o el barniz bien brillante. También interviene alejando del horno a un grupo de genios cuyos nombres son suficientemente explícitos: Rompedor, Agrietador, Inextinguible, Reventador,... Una tablilla corintia la representa con el aspecto de una gran lechuza colgada sobre el horno de un alfarero, enfrentándose a un enano fálico que es portador del mal de ojo. La protectora de los alfareros es una divinidad que es señora del fuego, de sus poderes inquietantes, de sus beneficios y sus maleficios.

Pero Atenea preside, sobre todo, los trabajos de la madera. Los leñadores, los carpinteros y los constructores de carros y navíos se benefician de su atenta protección. Atenea estima especialmente al carpintero Tektôn, hijo de Harmôn el Ajustador, quien sabía hacer obras maestras de todo tipo y construyó para Paris la nave que llevó a Helena hasta Troya. Atenea asiste con sus consejos y ayuda a Danao, el invnetor del primer navío. Según una tradición, es ella y no Deméter la que inventó el arado. Y los Trabajos de Hesíodo atribuyen únicamente a los “servidores de Atenea” la capacidad de ajustar los maderos curvos en el talón y acoplarlos al timón” para fabricar útiles de labranza. En la construcción de estas distintas obras, Atenea interviene en todas las fases del trabajo de la madera, incluso en el derribo, buen “es la mêtis y no la fuerza lo que hace al buen leñador”. Cuando Atenea dirige la construcción de la nave de los Argonautas, ella misma va al Pelión para seleccionar los árboles que el hacha debe cortar. Atenea enseña al carpintero Argos el arte de medir con regla los travesaños de madera. A continuación vigila especialmente el ensamblamiento y ajuste de las diferentes piezas con ayuda de clavijas. En otro contexto, encontramos a la propia diosa limando y puliendo la madera de la lanza de Peleo. Y su protegido Ulises, el polymêtis, procede como un maestro de todas estas operaciones cuando necesitar construir un barco para dejar la isla de Calipso.

Sin embargo, la competencia de Atenea en relación con el carro y el navío no se reduce a su mera fabricación. El arte de conducir las yuntas y pilotar las naves también le pertenece. Y, tanto en un caso como en el otro, sus funciones son claramente distintas de las de Posidón, señor del caballo y del mar.

Una tradición corintia atribuye a Atenea Chalinitis la invención del bocado. Según Pausanias y Píndaro, la diosa procura a Belerofonte el instrumento necesario para domar a Pegaso. Pero el episodio se sitúa en un contexto diferente, e implica es inteligencia técnica, conjuntada con magia, que hemos visto en acción en el campo de batalla o alrededor del horno del alfarero. En primer lugar, porque el bocado es un objeto metálico, producido por la mêtis del herrero y dotado de los valores misteriosos del metal surgido del fuego. Y, en segundo lugar, porque actúa como una fuerza demoníaca y salvaje, que hay que dominar con vistas a la guerra.

Por el contrario, cuando se trata de la conducción del carro, las cualidades y saberes que despliega el cochero inspirado por Atenea Hippia provienen de una technê más humana, de una mêtis mucho más próxima a la del carpintero. La diosa enseña al conductor a planear su recorrido, a prever los obstáculos, a utilizar los incidentes de la carrera y a provocar eventualmente, por medio de una maniobra dudosa, la desventaja del adversario; en definitiva, le enseña a conducir a la victoria una yunta menos rápida y vigorosa utilizando la astucia.

Pero la mayor preocupación del auriga es la de conducir rectamente el carro, sin desviarse de su ruta, exactamente “como un carpintero que corta con cordel las vigas y las planchas”. La comparación entre estos dos ámbitos es frecuente, especialmente en la Ilíada. La construcción y la conducción del carro exigen las mismas aptitudes. Y lo mismo ocurre con la navegación. Previsión, vigilancia y conducir rectamente son las reglas fundamentales de la conducción en el mar, y Atenea guía al piloto de la misma manera que inspira al cochero. Ella es quien prepara y dirige –bajo la apariencia de Mentor- el viaje de Telémaco. Después de haber presidido la fabricación de la nave Argo, la propia diosa elige a Tifis como timonel. Tifis, después de pasar por las Rocas Errantes, le da las gracias, no tanto por haber propulsado la nave lejos del peligroso paso, antes de que fuera aplastada por las rocas, como por haber ajustado sólidamente las piezas del barco.

La Atenea constructora y la Atenea conductora operan según unas mismas modalidades de acción tanto en la tierra como en el mar. La misma inteligencia técnica es la que primer fabrica y después utiliza estas obras de madera ensamblada que son los carros y los navíos. Ulises hace gala de una destreza semejante cuando fabrica su barco, talando y puliendo los árboles, cortando las vigas con ayuda del cordel, ajustando la tablazón, enderezando el mástil y fijando la vela; y, una vez instalado en el timón, Ulises lo gobierna pilotándolo rectamente, vigilante, con los ojos fijos en la constelaciones.

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(1) En la narración llevada a cabo por Hesíodo y por otros acerca de las aventuras de la soberanía olímpica, la ingestión de Metis en el momento en que ésta iba a dar a luz a Atenea transforma a Zeus en una parturienta y lo obliga a tener que recurrir a las Ilitias –las mujeres expertas en alumbramientos- y a hacerse asistir, además, por Hefesto, cuya doble hacha lo liberará de la divinidad “resplandeciente con sus armas”, esa obra maestra del herrero modelada por Metis. Una virgen de bronce deslumbrante que Zeus da a luz, él solo, de su frente: la hija “sin madre” que preserva a su padre de la enorme angustia que le provoca el tener que ver nacer un hijo “más poderoso que el rayo” e impaciente por destronarlo
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ATENEA -Conclusión-

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Hay otro sector artesanal que depende también de la protección de Atenea: el trabajo de la lana y de los tejidos. La diosa preside y se distingue en el hilado con rueca, en el tejido profesional, en la confección de tapices y los tejidos suntuosamente decorados (el bordado con aguja es desconocido en el mundo homérico). Ella misma fabrica su hermoso peplo, así como también el de Hera. Y aunque Atenea enseña su arte a Pandora y les concede a las mujeres de Feacia el destacar sobre todas las demás tejedoras, la diosa no tolera ser superada por una rival. La imprudente Aracne ve cómo su obra, demasiado perfecta, es destruida por la diosa mientras ella misma es transformada en una araña.

Sin embargo, en el pensamiento de los griegos no hay una discontinuidad entre esta especialidad de la actividad artesanal de Atenea y la precedente. Entre ambas esferas encontramos numerosas analogías de vocabulario. El trabajo del tejedor parece haber sido aprendido según el mismo esquema mental que el del carpintero. Los artesanos de la madera y los obreros textiles proceden, unos y otros, a través de dos operaciones sucesivas: corte y ensamblaje. La hiladora que da forma de hilo a la mecha que ha aislado de la masa lanosa opera del mismo modo que el carpintero que corta y pule las planchas y las vigas que el leñador ha talado del tronco del árbol. El carpintero y la tejedora confeccionan, en poco tiempo, un nuevo producto al asociar elementos distintos, en un caso mediante yuxtaposición de vigas y, en el otro, mediante el entrecruzamiento de los hilos. La protección que Atenea concede a Penélope es exactamente simétrica al interés que la diosa manifiesta hacia Ulises.

En las diversas categorías del artesanado se expresa, pues, una misma inteligencia técnica. Y la técnica es, a este respecto, consustancial a la inteligencia de Atenea. El vocabulario de la technê proporciona unas imágenes para expresar esa relación, incluso cuando sólo se refiere a operaciones mentales. Los verbos tejer (hiphainein) y carpintear (tektainesthai) acompañan frecuentemente al sustantivo mêtis: de este modo, Atenea y sus protegidos tan pronto tejen sus astucias y tramasnsus planes, como pulen sus proyectos y construyen trampas sutiles.
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oskr
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Wow que buen tema!!!!
Particularmente siento cierta atracción por esta cultura, gracias por la información
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[font="Trebuchet MS"]Guerrero Jaguar, hijo del viento. [/font]
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PRAXITELES -Inicio-

Nace en Atenas alrededor del año 400 y aquí desenvuelve la mayor parte de su actividad de escultor de bronces y, sobre todo, de mármoles, entre los años 380 y 330 aproximadamente. Como de ordinario en la historia de los artistas antiguos, la fuentes son extremadamente parcas en los detalles de su biografía; sólo por una costumbre ática de repetir los nombres dentro de una familia y tener Praxiteles un hijo con nombre de Kephisodotos, se supone que su padre era Kephisodotos el Viejo. Por lo demás, los escritores antiguos sólo aluden a su vida personal a propósito de sus relaciones con la cortesana Friné, que era para muchos la modelo de sus hermosas estatuas femeninas. Los mármoles que él estimaba –nos informa otra fuente- eran aquellos que le había coloreado el pintor Nikias.

La crítica moderna le atribuye, además de dos originales –el Hermes de Olimpa y la basa de Mantinea-, una serie de creaciones que sólo conocemos por copias romanas y entre las cuales merecen especial consideración las siguientes: el Sátiro escanciador (la mejor copia en Roma, Museo de las Termas; una cabeza excelente e intacta en la colección Mengarini); la Afrodita de Arlés (Louvre); la Afrodita Knidia (Vaticano; una cabeza en el Museo del Prado); el Apolo Sauróktonos (Louvre, Vaticano, Villa Albani); el Sátiro en reposo (Museo Capitolino; un torso excelente en el Louvre; Museo del Prado, etc.) y la Artemis de Gabii (Louvre).

El llamado “Sátiro escanciador” (el racimo de uvas y el cuerno de cabra en las manos son restauraciones modernas) es probablemente la copia de un sátiro de Praxiteles que adornaba un monumento corágico en la calle de los Trípodes (Pausanias I, 20), pues su cabeza tiene un cráneo tan alto, que sólo en una posición elevada se corrige y justifica la deformación. Con la mano derecha el sátiro levante por encima de su cabeza un jarro, para verter vino en la copa que sostenía en la izquierda. Apóyase en la pierna izquierda, firmemente hincada en el suelo y retrasa un poco la derecha, doblándola por la rodilla; este desequilibrio se propaga a la pelvis y se contrarresta en el torno y en la cabeza, inclinada sobre la pierna de sostén. Este ritmo, el mismo que el de al Atenea del relieve conmemorativo del año 375, permite fechar el sátiro en el decenio 380-370 y ver en él una obra de la juventud de Praxiteles.

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Con un ritmo análogo está compuesta la Afrodita de Arlés, en la que parece advertirse también el influjo de Kephisodotos, sobre todo en la cabeza –versión suavizada de la Eirene -la Paz- con el niño Ploutos –la Riqueza- en brazos atribuida a Kephisodotos el viejo, inclinada hacia lo que la diosa llevaba en la mano izquierda, quizá un menudo Eros. La estatua carece, sin embargo, de documentos para atribuirla a Praxiteles, y el desnudo e su torno no debe ser considerado como un paso previo para el desnudo de la Afrodita Knidia, el cual, como diremos en seguida, obedece probablemente a razones de otra índole.

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La obra maestra de Praxiteles y la estatua femenina que los antiguos consideraban como más hermosa del mundo, era la Afrodita Knidia, es decir, la estatua de culto de esta diosa en su templo de la isla de Knidos. El original, hecho en mármol de Paros, representaba a Afrodita desnuda, en el trance de tomar un baño, con la cabeza vuelta ligeramente hacia la izquierda y la mirada dirigida a lo lejos. El cuerpo descansaba la mayor parte de su peso en la pierna derecha, mostrando por este lado su más bello contorno, y apoyábase con la mano izquierda en los símbolos de su acción, un paño con flecos, susceptible de interpretarse como toalla o como manto, y una hydria que la pintura haría parecer de bronce. La cabeza es de una hermosura ideal; es el prototipo de la mujer hermosa. Sorprenden el maravilloso modelado del busto y la espalda, la forma elegante de las piernas, todo el cuerpo sobrio y macizo, sin pliegues ni hoyuelos. Hasta cierto punto es casta: su cabeza está libre de pasión; la hermosa mujer mira tranquila, sin turbarse por manifestar el encanto de la belleza inmortal de su naturaleza femenina.

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El desnudo, que tanta trascendencia tuvo en el arte posterior, parece debido a la tradición local de Knidos, donde Afrodita era venerada, entre otras acepciones, como protectora de la navegación (Euploia), en modo análogo a la Astarté fenicia en toda esta región levantina hay, en efecto, figuras muy antiguas de una diosa de la fecundidad, que se representa con una mano en el pecho y otra en el sexo, como poniendo de relieve los órganos del nacimiento y de la lactancia, gesto que Praxiteles, de acuerdo con la sensibilidad de su época, transforma en un además de pudo instintivo. La creación de este original, que hasta ahora sólo conocemos por copias malas o mal conservadas, coincide probablemente con la acmé del artista, que Plinio coloca en los años 364-361 antes de Cristo.

Más afortunado en sus reproducciones ha sido el Sauróktonos, un Apolo juvenil que se dispone a lanzar una flecha sobre un lagarto que asciende por el tronco de un árbol en que el dios se apoya. Aquí aparece por primera vez la solución estática más característica de Praxiteles, el exonerar tanto una de las piernas que la figura caería hacia un lado si no dispusiera de un fuerte soporte. Al mismo tiempo logra el artista un hermoso contraste entre los dos costados de la figura, inclinada según la famosa curva praxitélica. La verdadera inclinación del original, que era en bronce, se reproduce, mejor que en las versiones marmóreas del Louvre y Vaticano, en la copia de la Villa Albani, de la misma sustancia metálica que el modelo.

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Además del Sátiro de la Calle de los Trípodes, Praxiteles tenía otro que, por su fama universal, los griegos llamaban “Periboetos”.Este es probablemente el bello “Sátiro en reposo”, que los romano hicieron reproducir con frecuencia para sus jardines y del cual casi todo gran museo posee una copia. Trátase de un sátiro adolescente, con un rostro de mozo pícaro en el que apenas se insinúan rasgos de una naturaleza salvaje, recostado, no sin cierta indolencia, en un tronco de árbol, y puesta en la cadera la mano izquierda, junto a la piel del felino que atraviesa en diagonal su torso.

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PRAXITELES (Conclusión)

El famosísimo Hermes se encontró en el Heraion de Olimpia, en 1887, y fue identificado al punto con una figura que allí mismo había visto Pausanias: “Pero en tiempo más recientes –dice textualmente el Periegeta- hiciéronse otras ofrendas en el Heraion: un Hermes de mármol llevando a Diónysos niño, de Praxiteles.” He aquí, pues, la primera estatua original de la mano de un maestro de primera fila, que sin pertenecer a un conjunto arquitectónico, llega a nosotros desde la Edad Antigua. La estatua, como dice Pausanias, representa a Hermes en el acto de transportar a Diónysos niño desde el Olimpo hasta la mansión de las ninfas, encargadas de su crianza. El dios mensajero hace un alto en la ruta y ofrece al niño sediento un racimo de uvas (en la mano derecha, perdida), con lo que el grupo recibe esa nota de humanidad que tienen todos los dioses en el arte de Praxiteles. La estatua reúne una porción de rasgos que ya nos son familiares en este maestro: la delicada torsión de la figura; el brazo derecho levantado, como el Sátiro escanciador; la composición análoga a la Eirene de Kephisodotos; y un plano anterior claro (nótese como Praxiteles nunca consiente que el brazo corte la silueta del cuerpo cuando se mira de frente) en el que se ponen de relieve todas las excelencias del contorno. A todo ello se añaden aquí calidades que ninguna copia ofrece en grado comparable: el pulimento de la superficie, la perfecta trabazón de todos los planos (anatomía de altibajos suaves, sin líneas duras como las de las estatuaria atlética de Policleto y de su escuela), el sfumato o difuminado, y, finalmente, el realismo de la tela del manto. El Hermes tiene que ser obra muy avanzada de Praxiteles, hacia el año 350 antes de Cristo.

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La Basa de Mantinea, que también se atribuye a Praxiteles fue hecha, desde luego, para estatuas suyas, pero probablemente en fecha posterior a su muerte y quizá por mano de sus hijos Kephisodotos y Timarchos. La basa fue localizada por Fougéres en 1881, e identificada gracias a la escueta cita de Pausanias quien refiere que en el zócalo de un gran grupo de Mantinea estaban representadas las Musas y Marsias tocando la flauta. Esta indicación bastó para identificar los relieves, que se encontraron vueltos del revés, sirviendo de losas en el pavimento de la iglesia. Se ha estimado su importancia como elementos de información, puesto que las figuras de las Musas ilustrarían el estilo de Praxiteles aplicado a la ejecución de imágenes femeninas vestidas, estilo que debía ser muy imitado. Las Musas de Mantinea van envueltas en holgados mantos que insinúan suavemente la noble forma de sus cuerpos.

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Entre las muchas copias de estatuas que se le atribuyen, merecen especial mención la Artemis de Gabii, el Apolo Lykeios, las dos Herculanas y algunas figuras de Eros.

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Artemis de Gabii
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Valmont
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Los fotos son....simplemente...FANTASTICOS :nodigno: :nodigno: !
?Adonde, los sacó "Monsieur" Diamante? :jajajaja: ....ohhhppppss.....Idamante :jajajaja:

La perversa marquesa Meurtreuill es a mi lado...."elle vous presente ses homages, Monsieur"....(No le hable, por favor, es una mujer muy pericolosa!, tan mala!) :jajajaja:
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Idamante
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Pues la respuesta es muy sencilla, mi estimable vizconde de Valmont, de ese pozo sin fondo que es eso que llaman la red. Con tiempo, tranquilidad y una buena caña a veces se consiguen unos resultados más o menos satisfactorios :o k: y otras veces claramente decepcionantes :triste: . Todo es cuestión de intentarlo. Aunque quizá a su excelencia le tengan muy ocupados esos entretenimientos que le propone la marquesa de Merteuil. Confiaba en que, a estas alturas, ya se hubiera dado cuenta de ese tipo de amistades son algo "peligrosas" :jajajaja: .
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MIRRA -Inicio-
(según la “Metamorfosis” de Publio Ovidio Nasón, vv. 298-518)


De ella nació Ciniras, quien hubiera podido ser feliz si no hubiese tenido descendencia. Contaré las cosas terribles que sucedieron. Retiraos de aquí, doncellas; alejaos, padres de familia; o bien si mis cantos han de seducir vuestros corazones, no deis crédito a mi relato; no creáis esta monstruosidad o, si lo hacéis, creed también en el castigo consiguiente. Pero si la naturaleza consiente en que se dé tal abominación, felicito a los pueblos de Ismara y la parte del mundo que nosotros habitamos, y me congratulo de que mi patria se encuentra lejos de esos lugares donde nació este sacrilegio; de que sea rica en amomo, cinamomo, plantas aromáticas e incienso que destila la madera e incluso en otras flores que enriquecen la tierra de Pancaya, si ha de llevar también la mirra; no valía tanto este nuevo árbol. Cupido mismo asegura, Mirra, no haberte herido con sus flechas y protesta diciendo que sus antorchas no han intervenido en tu criminal acto. Ha sido una de las tres hermanas, que, con un tizón de la Estigia y con serpientes henchidas de veneno, te lo ha inspirado. Odiar al padre es un crimen, pero este amor es peor que el odio. De todas partes, la elite de la nobleza te busca; toda la juventud del Oriente viene a disputarse el honor de compartir tu lecho; de entre todos ellos, Mirra, elige uno.

Mirra se da cuenta y combate ese vergonzoso amor y se dice a sí misma: “¿Adónde me arrastra mi pasión? ¿Qué pretendo? ¡Oh dioses! ¡Oh piedad filial y derechos sagrados de los padres! ¡Impedid este sacrilegio y oponemos a mi crimen, si, no obstante, es un crimen! Pero niego que la piedad filial condene este amor; los animales todos se acoplan sin ninguna clase de elección, y no es vergonzoso para una novilla el soportar a su padre sobre sus ancas; el caballo hace su hija su esposa; el macho cabrío fecunda a las cabras que él mismo ha engendrado, y el pájaro, con el mismo germen que ha sido concebido, concibe él. ¡Felices aquellos a quienes les está permitido! Los escrúpulos de los hombres han establecido leyes malignas, y lo que la naturaleza permite, lo impiden unas leyes odiosas. Sin embargo, dicen que hay naciones en donde la madre se une al hijo y la hija al padre, con el fin de que el afecto se acreciente con el doble amor. ¡Desdichada de mí, porque no se me concedió nacer allí y me perjudica el azar del lugar donde he nacido! ¿Pero por qué dar vueltas a estos pensamientos? ¡Esperanzas prohibidas, alejaos! Él es digno de ser amado, pero como padre. Así, pues, si yo no fuese hija del gran Ciniras, podría compartir su lecho; ahora, porque ya es mío, no es mío y el mismo parentesco me causa perjuicio; si fuese una extraña para él, mis deseos serían satisfechos con facilidad. Quiero irme de aquí y abandonar el territorio de mi patria para escapar de este crimen; me retiene el ardor de mi loca pasión para ver de cerca a Ciniras, para tocarle, hablarle y besarle, si no se me permite nada más. ¿Puedes, doncella impía, esperar algo más? ¿Y te das cuenta de qué leyes y nombres confundes? ¿Serás tú la rival de tu madre y la amante de tu padre? ¿Te llamarán la hermana de tu hijo, madre de tu hermano? ¿No temes a las tres hermanas que tienen negras serpientes por cabellos, las cuales son vistas por los corazones perversos amenazándoles los ojos y los rostros con horribles antorchas? Pero, ya que tu cuerpo no ha experimentado aún el sacrilegio, no lo acojas en tu corazón y no lo mancilles con un acoplamiento prohibido por las leyes de la poderosa naturaleza. Aun suponiendo que tú lo quieras, tienes en contra tuya las fuerzas de las cosas: Ciniras es un buen padre, aferrado al deber. Y, ¡oh!, desearía que en él hubiese una pasión semejante.

Mientras ella se hacía tales reflexiones, Ciniras, que, ante la multitud de pretendientes y dignos todos de su confianza, no sabía por quién decidirse, le pregunta a ella misma, diciéndole los nombres, a quién desea por esposo. Ella calla al principio; con los ojos fijos en su padre, arde llenándosele los ojos de un tibio rocío. Ciniras, creyendo que es una virginal timidez, le dice que no llore, el enjuaga las mejillas y le da unos besos; Mirra se goza en demasía al recibirlos y, cuando consulta cómo desea a su marido, dice: “Semejante a ti.” Le alaba sus palabras sin comprender su sentido estricto y le contesta: “Guárdame siempre ese amor filial”. Y al oír las palabras de “amor filial”, la doncella bajó el rostro dándose cuenta de su crimen.

L anoche había hecho la mitad de su carrera y el sueño había ahuyentado los cuidado y relajado los cuerpos; pero la hija de Ciniras se hallaba desvelada, presa del insoportable fuego, y sin cesar vuelve a sus delirios insensatos; ya se desespera, ya está dispuesta a atreverse; fluctúa entre la vergüenza y la pasión y se pregunta qué partido ha de tomar; y así como, herido, por un hacha, un tronco enorme, cuando tan sólo falta el último golpe, se duda hacia dónde caerá y hace temer que hacia todos lados, así esa alma herida de modo diverso vacila ligera de aquí para allá y se va de un lado a otro, sin encontrar término a su amor sino en la muerte; ésta le atrae. Se levanta y decide atarse una cuerda al cuello; luego de haber atado el cinturón en lo alto de la puerta, dice: “Adiós, querido Ciniras; comprende cuál fue la causa de mi muerte”. Luego de decir esto, ella rodea con la ligadura que tenía su pálido cuello. Se dice que el eco de sus palabras llegó a los fieles oídos de la nodriza, que guardaba la entrada de la habitación de la que había criado. Se levanta la anciana y abre la puerta y, al ver el instrumento de la muerte que se prepara, lanza un grito, se golpea el pecho, se desgarra el seno y le arranca la atadura del cuello, haciéndola pedazos; entonces, al fin, dando rienda suelta a las lágrimas, la estrecha entre sus brazos y le pregunta el porqué de aquel lazo. La joven doncella calla; muda, inmóvil, mira al suelo y deplora el haber dejado sorprender los largos preparativos que ella ha hecho para morir. La vieja mujer insiste; descubriendo sus blancos cabellos y los emblanquecidos pechos, recordándole la cuna y los cuidados de que la rodeó en su infancia, la conjura a que le confíe todas sus penas. Ella se aparta y gime a sus preguntas. La nodriza está resuelta a interrogarla hasta el fin, y no sólo promete discreción, sino que añade: “Habla y permíteme que te ayude; mi vejez no me ha vuelto inactiva. Si es locura, yo tengo la que te curará, con palabras de magia y con hierbas. Si alguien te ha causado daño, te purificaré con un rito mágico; si es una ira de los dioses, esa ira se aplacará con sacrificios. ¿Qué puedo suponer más? Realmente, tu fortuna y tu casa están intactas y encaminadas, y tu padre y tu madre viven todavía.” Al oír hablar de su padre, Mirra suspira desde el fondo de su pecho; la nodriza, en esos momentos, no tuvo la menor sospecha del sacrilegio, pero presintió algún amor. Tenaz a su propósito, le pidió que se lo revelase, fuera lo que fuese, y la tomó, deshecha en lágrimas, sobre su seno, cansado por los años, y abrazándole los miembros con sus débiles brazos, dijo: “Lo he comprendido: amas. También en esto desecha todo temor, mi celo te servirá, y esto será conocido por tu padre.” Saltó furiosa de su regazo y, estrujando su rostro contra su lecho, dijo: “Vete, te lo ruego, y ten consideración con una desdichada llena de vergüenza.” Mas como aquélla insistía, le dijo: “Vete o deja de preguntarme la causa de mi dolor; lo que tratas de averiguar es un crimen.” La anciana se horroriza; extiende sus manos, a las que los años y el temor hacen temblar, y se prosterna, suplicante, a los pies de la doncella. Ya la coge cariñosamente, ya intenta amedrentarla, pues desea saberlo todo; la amenaza con delatar el lazo y el proyecto de suicidarse y le promete ayuda si recibe la confidencia de su pasión. Mirra levanta la cabeza y llena con un mar de lágrimas el pecho de la nodriza, y cada vez que se esfuerza en confesárselo se detiene su voz, y, tapándose el rostro con el vestido, llena de vergüenza, dice: “¡Oh, qué feliz es mi madre con tal esposo!” Y sin decir nada más, se puso a llorar. Un temblor penetró en los fríos miembros y huesos de la nodriza, porque había comprendido; sus blancos cabellos se levantaron por todas partes sobre su cabeza, erizados de horror, y añadió muchas razones para alejar aquel funesto amor, si era posible. La doncella sabe que no la advierte en vano, pero, sin embargo, ha resuelto morir si no puede conseguir su amor. La nodriza le dice: “Vive, tendrás el amor (sin atreverse a decir “de tu padre”)”. Calló y tomó a los dioses por testigos de su promesa.

Las madres de familia celebraban piadosamente las fiestas anuales de Ceres, en las que, cubiertos sus cuerpos con telas blancas como la nieve, ofrecían guirnaldas de espigas, primicias de sus cosechas, y durante nueve días se abstenían de los placeres de Venus y el contacto con sus esposos; entre aquella multitud está Cencréis, la esposa y reina, que frecuenta los sagrados misterios. Entonces, mientras la esposa legítima está ausente del lecho, la nodriza, habiendo encontrado a Ciniras entorpecido por el vino, con maligno celo, bajo un falso nombre, le expone unos amores verdaderos y alaba la hermosura de esa doncella; una vez que le pregunta los años, le dice: “Igual que los que tiene Mirra.” Y después de que se le hubo ordenado que la trajera, al volver a casa dijo: “Alégrate, mi niña; has vencido.” La desdichada no sintió en el pecho una plena satisfacción y unos presentimientos le entristecían el corazón, pero, no obstante, se alegra, pues tan grande es la confusión de su espíritu.

(continuará)
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MIRRA -Conclusión-
(según la “Metamorfosis” de Publio Ovidio Nasón, vv. 298-518)

Era la hora en que todo se halla en silencio, y el Boyero, entre las dos Osas, había girado su carro inclinándole el timón. Mirra se dirige hacia su monstruoso crimen. La dorada luna huye del cielo y las estrellas van escondiéndose, cubiertas por negras nubes; la noche carece de fuegos; tú, Icario, eres el primero en ocultar tu rostro, siendo imitado por Erígona, tu hija, quien por su amor filial mereció los amores del cielo. Por tres veces, Mirra es aconsejada que retroceda al tropezar su pie y otras tres veces dio su augurio el fúnebre mochuelo con un grito de muerte; sin embargo, sigue avanzando. La densidad de las sombras de la noche disminuye su vergüenza. Con su mano izquierda coge la mano de la nodriza; con la derecha, ella va a tientas, explorando el camino en medio de una plena oscuridad. Ya toca el umbral de la cámara, ya abre la puerta, ya es conducida a su interior; en estos momentos se le siegan las piernas, y las rodillas le tiemblan, y se le marcha el color; la sangre y su espíritu la abandonan en su camino. Cuanto más cerca está de su crimen, más se asusta y se arrepiente de su audacia y querría volverse atrás sin ser reconocida. Mientras vacila, la vieja le lleva de la mano junto al alto lecho y, al entregarla, dice: “Recíbela, Ciniras; es tuya”, y unió los dos cuerpos malditos. El padre recibe a la hija nacida de sus entrañas en el lecho impuro, y calma la virginal timidez, y la reconforta en sus temores. La lo mejor, debido al derecho que le daban los años, le dijo: “Hija mía.” También dijo ella: “Padre”. Y no faltaron al incesto ni siquiera los nombres. Mirra sale fecundada del lecho de su padre; ha recibido en su detestable útero una semilla impía y lleva dentro el fruto de su culpa.

A la noche siguiente se renueva el vergonzoso placer, y no se pone fin ahí; cuando, por último, Ciniras, impaciente por conocer a la que ama después de haberla tenido tantas veces entre sus brazos, a la luz de una antorcha que le ha sido traída ve el crimen y a su hija, con palabras retenidas por el dolor, arranca de su vaina que estaba colgada una brillante espada. Mirra huye; gracias a las tinieblas de la cerrada noche y escapa a la muerte y, errante por los anchurosos campos, abandona la Arabia, donde crecen las palmeras, y la tierra de Pancaya y, mientras nueve veces la luna renovaba sus cuernos, anduvo errante, hasta que, agotada, se detuvo en la tierra de Saba, incapaz de soportar por más tiempo el peso de su vientre. Entonces, no sabiendo qué desear, indecisa entre el miedo a la muerte y el goce de la vida, hizo la siguiente súplica: “¡Oh!, si existe una divinidad que escucha a los que confiesan su culpa, yo he merecido mi suerte y no rehúso el sufrir un castigo terrible; pero no quiero deshonrar a los vivos permaneciendo en este mundo ni, muerta, a los que han muerto; arrojadme de los dos reinos y en mi metamorfosis negadme la vida y la muerte.” Existe alguna divinidad para los que confiesan su crimen; por lo menos, sus deseos supremos hallaron propicios a los dioses, porque, mientras suplica, se abre la tierra y cubre sus piernas, y sus uñas se rajan, alargándose oblicuamente unas raíces que sirven de base a un tronco, a un alto tronco; sus huesos se transforman en dura madera, quedando en el centro la médula, y la sangre se convierte en savia; los brazos, en largas ramas; los dedos, en ramillas delgadas; la piel se transforma en corteza. Ya, al crecer, había aprisionado su seno, y el fruto de sus entrañas había cubierto su pecho y estaba a punto de cubrirle el cuello; pero no pudo soportar la tardanza y se hundió al encuentro de la madera que avanzaba, sumergiendo el rostro en la corteza. Y aunque perdió con el cuerpo sus antiguos sentimientos, lloró, no obstante, resbalando por el árbol unas tibias gotas. Es como un homenaje a sus lágrimas de arrepentimiento, y la mirra que destila su madera conserva el nombre de su dueña, que en ningún siglo será olvidada.

Sin embargo, el hijo concebido había crecido bajo la madera y buscaba un lugar por donde salir y dejar a la madre; el vientre se hinchó en el centro del árbol y apretujaba a la madre con su peso; está no puede hablar par expresar sus dolores y le falta la voz en el momento del alumbramiento para llamar a Lucina en su socorro. No obstante, parece que el árbol se esfuerza, que lanza gemidos y se humedece con las lágrimas que derrama. La bondadosa Lucina se aproxima a las ramas doloridas, acerca sus manos y pronuncia las palabras del parto. Entonces el árbol se estremece; por entre una hendidura de la corteza saca al infante y se pone a llorar. Sobre un lecho de blancas hierbas, las náyades le perfuman con las lágrimas de su madre. La propia Envidia sentiría celos de su belleza, pues era como los Amores que se pintan desnudos en los retablos. Así es, en efecto; mas, para que no hay diferencia alguna en su apariencia, o dadle un ligero carcaj, o quitad el suyo al Amor.
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otileafar
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a mi tambien me gusta mucho la mitologiaa griegaa de hecho acabo de hacer un video de todo lo que tiene k ver con el arte, mitologia etc etc y es muyy interesantee :bai
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