(según la “Metamorfosis” de Publio OVIDIO, vv. 412-674)

“Los próceres de los territorios limítrofes acudieron y las ciudades próximas pidieron a sus príncipes que fueran a consolar a las ciudades tales como Argos, Esparta, Micenas de los Pelópidas y Calidón, que todavía no era odiosa a la amenazadora Diana; la fértil Orcómeno y Corinto, célebre por el bronce; la fiera Mesena; Patras, la humilde Cleones; Pilos, en donde reinó Neleo; Trecena, en donde todavía no reinaba Piteo, y las otras ciudades que se encuentran encerradas en el istmo (el Peloponeso), bañado por dos mares, y las que se encuentran fuera y se divisan desde el istmo, batido por dos mares. ¿Quién podría creerlo? Tan sólo fallaste tú, Atenas. La guerra te impidió entonces cumplir tu deber, y tropas bárbaras, llegada a través de los mares, atacaban los muros de Mopsopo. El tracio Tereo, con armas propias para la defensa, los había puesto en fuga y con su victoria adquiría justo renombre; y Pandión, viéndose poderoso por sus riquezas y sus hombres y por el ilustre linaje, pues descendía del gran Gradivo, le dio a Progne por esposa. Pero ni Juno, que preside las nupcias, ni Himeneo, ni las Gracias estuvieron presentes en aquel lecho; las Euménides acudieron llevando unas antorchas que habían arrebatado a un cortejo fúnebre; también ellas dispusieron el lecho y un siniestro búho se colocó sobre el techo y tomó posiciones en lo alto de la cámara nupcial. Unidos Progne y Tereo bajo la funesta influencia de este pajarraco, se convirtieron en padres bajo tan funesto presagio. Naturalmente, la Tracia les felicitó y ellos dieron sus gracias a los mismos dioses y ordenaron que se llamasen festivos el día en que la hija del ilustre Pandión había sido otorgada al soberano y el día en que nació Itis, ¡hasta que punto se desconoce lo que nos conviene! Ya el Titán había vuelto a repetir por cinco veces la estación otoñal, cuando Progne le dice cariñosamente al esposo: “Si hallo alguna gracia en ti, envíame a visitar a mi hermana o que mi hermana venga aquí; prometerás a tu suegro que represará al cabo de poco tiempo; el haber visto a mi hermana será un gran presente que me ofrecerás”. Tereo ordena que se flete una nave y, a fuerza de vela y de remo, entra en el puerto ateniense y aborda la costa del Pireo.
Tan pronto como le fue concedida audiencia con el suegro, unieron diestra con diestra y se emprendió la conversación bajo un auspicio feliz. Había empezado a contar la causa de su venida, el mensaje de su esposa y la promesa del pronto regreso de la viajera; he aquí que llega Filomela con un rico y magnífico aderezo, aunque más espléndida por su belleza, cual solemos decir de las náyades y de las dríadas cuando corren por en medio de los bosques si se les dan parecidos adornos y vestidos. Tereo, al contemplar a la doncella, se abrasó del mismo modo como cuando alguien pone fuego bajo unas amarillentas briznas de paja o como arden las hojas y las hierbas sobre un montón de heno. La belleza de Filomela, ciertamente, era digna de aquella pasión; pero su innata lascivia le estimula y la gente de su tierra es propensa a los ardores de Venus; se consume con su vicio y en el de su gente. Él tiene el impulso de corromper el cuidado de sus compañeras y la fidelidad de la nodriza, y solicitarla con grandes regalos, y dispensarle las riquezas de todo su reino, o raptarla y defender su rapto incluso con una guerra terrible; y no hay nada a lo que no se atreva, presa de un desenfrenado amor, y su corazón no puede contener el fuego que en él está encerrado. Y no soporta ya la demora y con su impaciente conversación vuelve a insistir en el mensaje de Progne y, bajo este pretexto, persigue sus anhelos. La pasión le hacía elocuente, y cuantas veces pedía más allá de los justo, decía que así lo quería Progne; añadió también unas lágrimas, como si se las hubiese encomendado Progne. ¡Oh dioses! ¡Cuán tenebrosa noche se apodera del corazón de los mortales! Tereo es considerado como un amante esposo por el mismo esfuerzo de su crimen y de él saca alabanzas. ¿Qué decir si la misma Filomela desea lo mismo y, abrazando cariñosa a su padre, le pide ella misma para ir a visitar a su hermana en nombre de su salud? Tereo la contempla y la devora con la mirada, y cuando ve los besos que da y los brazos rodeando el cuello de su padre, todo ello lo recibe como un aguijón, como unas antorchas y como alimento de su pasión, pues no sería menos perverso. El padre se doblega a los ruegos de las dos hijas; se regocija ella y le da las gracias, y la infortunada considera que era un triunfo de las dos lo que era una fatalidad para ambas.
Ya quedaba a Febo poco que hacer y sus corceles golpeaban con sus cascos el trecho de la pendiente del Olimpo; se sirve un banquete real sobre las mesas y en los vasos de oro los dones de Baco; luego entregan sus cuerpos a un sueño tranquilo. Pero el rey de los tracios, aunque estaba separado, se abrasa en su pensamiento y, recordando el rostro, los movimientos y las manos, tal cual quiere, se imagina lo que todavía no ha visto y alimenta su propia pasión, alejándole el sueño la inquietud. Era de día, y Pandión, estrechando la mano del yerno que se iba, le recomienda con lágrimas en los ojos a la compañera de viaje, diciendo: “Yo, querido yerno, te la entrego porque me ha obligado una razón de ternura, como han querido las dos y tú también, Tereo; y por la buena fe y el parentesco que une nuestros corazones, te suplico y en nombre de los dioses te conjuro a que cuides de ella con amor de padre y me devuelvas cuanto antes, porque toda demora me será larga, al dulce consuelo de mi vejez. Tú también, Filomela, cuanto antes -ya es bastante que tu hermana viva lejos-, si me tienes algún afecto, regresa a mí”. Le daba estas recomendaciones y al mismo tiempo iba besando a su hija y las lágrimas iban cayendo entre las recomendaciones. Como prenda de fe pidió las manos de los dos, las tomó y las unió entre ellas con las suya, y les pide que en su nombre saluden a su hija y a su nieto ausentes; y a duras penas, entre sollozos, dijo el supremo adiós y temió los presagios de su alma.
Tan pronto Filomela subió sobre la nave de vivos colores, se revolvió el mar con los remos y se rechazó la tierra con la pértiga, Tereo exclamó: “Hemos vencido; llevo conmigo el objeto de mis deseos.” El bárbaro salta de gozo y apenas contiene sus anhelos y en ningún momento aparte de ella sus miradas; no de modo distinto a cuando, rapaz con sus garras corvas, el pájaro de Júpiter ha depositado una liebre en el nido elevado de una cima; no tiene escapatoria alguna la cautiva y el raptor tiene sus ojos fijos en la presa. Ya se terminó el viaje y ya había saltado a sus costas desde las cansadas naves, cuado el rey arrastró a la hija de Pandión a un apartado establo oculto en la frondosidad de un viejo bosque; allí, pálida, temblorosa, temiéndolo todo, con lágrimas en los ojos y preguntando dónde está su hermana, es encerrada; y confesándole su criminal pasión, triunfa por la fuerza sobre la doncella, que se encuentra sola, invocando a grandes y repetidos gritos, ya a su padre, ya a su hermana, y, sobre todo, a los grandes dioses. Ella tiembla como tímida corderilla que, herida y escapada de las fauces de un loco, le parece que todavía no se halla segura, y como la paloma que se horroriza a la vista de sus plumas manchadas en sangre y todavía teme las ávidas garras a las que estaba adherida. Tan pronto recobró su espíritu, mesándose los sueltos cabellos, semejante a una mujer que está de luto, golpeándose con violencia el pecho, tendiendo hacia él los brazos, le dice: “¡Oh bárbaro por tus horrorosas acciones! ¡Oh cruel! ¿No te conmovieron ni las recomendaciones de mi padre con sus tiernas lágrimas, ni la solicitud de mi hermana, ni mi virginidad, ni los derechos conyugales? Lo has profanado todo; ahora yo he sido hecha la rival de mi hermana, y tú, el marido de dos mujeres; merezco un castigo como enemiga de mi hermana. ¿Por qué no me arrancas esta alma, malvado, para que no te quede ya perversidad que ejecutar?, y ¡ojalá que lo hubiese hecho antes de esta funesta unión! Hubiese tenido mi sombra libre del crimen. No obstante, si los dioses contemplan esto, si algo significa el poder de las divinidades, si todo se ha perdido conmigo, algún día te daré mi castigo. Yo misma, abandonando mi pudor, divulgaré tu conducta; si se me presenta el medio, iré ante el pueblo; si se me retiene en el bosque, yo llenaré el bosque con mis quejas y conmoveré a las rocas confidentes de mi desgracia. Estas quejas las escuchará el cielo y si hay algún dios en él”.
(continuará)